Pasadas las elecciones, aparentemente todo ha quedado muy atascado. En campaña, los vetos mutuos son habituales, inevitables; ahora bien, a la ciudadanía no se le puede pedir que vote constantemente hasta llegar a un desempate. El pacto es consustancial a la democracia, el pacto es un ejercicio de corresponsabilidad.

La ciudadanía –el país– necesita Gobiernos que ejecuten sus políticas, y estas deben ser transaccionales si se quiere disponer de una mayoría parlamentaria suficiente y dar satisfacción a las necesidades de nuestra sociedad. Transaccionar es pactar la diferencia, y sin pactos no hay avance posible.

En este sentido, tanto en lo que se refiere a España como a Cataluña, nos parecemos cada vez más a las sociedades europeas, allí donde los Gobiernos gobiernan en coalición o en solitario, pero siempre con Parlamentos fragmentados, caleidoscópicos. Con partidos corresponsables de sus decisiones, nunca con partidos irresponsables.

En este sentido, Alejandro Fernández, del Partido Popular, tiene la idea recurrente de “perroflautismo contemplativo” como concepto para referirse a las izquierdas extremas; en el caso de las derechas extremas yo hablaría de “turbocapitalismo despiadado”. Es evidente que las posiciones de los extremos son opuestas. Que cualquier partido que ocupe la centralidad política se encierre en la trinchera no conduce a nada, solamente al desarrollo de los extremos: la ciudadanía siempre preferirá el original y las ideas simples a la copia, a la complejidad. No nos gobiernan las redes sociales, sino los Parlamentos democráticamente elegidos y el Gobierno democráticamente surgido de ellos.

A mayor abundamiento, por un lado, tenemos a los del sí a todo (y el no a lo que tenga cualquier tufo de público o comunitario): sí a la ampliación del aeropuerto, sí a los campos de golf, sí a cualquier tipo de evento, sí a nuevas construcciones, sí al ámbito privado, sí a la sanidad privada, sí a las bajadas de impuestos indiscriminadas, sí a la congelación de salarios, etcétera. Creo que no hace falta poner nombres de partidos para entender a quién me refiero.

Por el otro lado, los del no a todo (y sí a acaparar cualquier esfera desde el sector público): no a nuevos parques eólicos, no al desarrollo del territorio, no a los dentistas privados, no a nuevos locales de ocio nocturno, no al desarrollo de la empresa privada, no a la riqueza, no al turismo, no a la deflación fiscal, no a la contención salarial. Creo que tampoco hace falta poner nombres.

Desgraciadamente, a este último bando del no se les sumó en la pasada legislatura un partido –Vox– que añade nuevas coordenadas a esta cultura del no, muy arraigada en Cataluña desde hace demasiados años. Además, en estas últimas elecciones se le ha sumado un nuevo actor –Aliança Catalana– que desde otro vértice persigue objetivos similares. En ambos casos es el no a los recién llegados, es el no a un Estado aconfesional que tiene que dar cobijo a cualquier religión, es el no al cosmopolitismo, a la diferencia. Ellos pueden maquillarlo como quieran: es el no a la diversidad de cualquier sociedad democrática. No hay sociedad democrática sin diversidad y es precisamente la diversidad lo que define las sociedades democráticas.

Mal negocio hará Cataluña si no sabe reconocer como ciudadanos propios a los recién llegados o a los llegados hace una, dos o tres generaciones. Una comunidad de ciudadanos solo puede gobernarse respetando la diferencia e integrándola. Tradicionalmente, la sociedad catalana había sido modélica en este sentido. Espero que lo siga siendo, hay trabajo por hacer después de las últimas oleadas migratorias. Los que quieran una Cataluña dentro de España deberán contar con todo el mundo; los que quieran una República catalana deberán hacer lo mismo.

Esa integración, ese respeto a la diferencia requiere de un ejercicio de corresponsabilidad. En este momento solo hay dos partidos que ocupen un espacio central y ejerzan en este sentido: PSC y ERC. Ambos han sido corresponsables últimamente en distintos ámbitos para llevar a nuestra sociedad hacia delante, para permitir a nuestra sociedad que sea gobernada. Hablo de leyes, de presupuestos, de pactos. Ambos partidos han ido más allá de sus respectivos programas electorales para dar espacio a la alteridad, han desbordado las costuras de sus ideas para pactar las diferencias y encontrar puntos de unión y transaccionar acuerdos.

Asimismo, habría que añadir que Junts ocupa parcialmente esa posición de partido de centralidad, pero lo que por la mañana es una cosa por la noche es otra. Es un poco como Belle de jour de Luis Buñuel. Somos muchas personas las que esperamos que vuelva un partido catalanista de centroderecha que trabaje con coherencia con sus ideas y sus pactos y ayude a remar y a mirar hacia delante en lugar de ensimismarse con quien tiene al lado o puede rascarle un escaño.

En Cataluña tenemos una particularidad política, tenemos un eje izquierda-derecha y un eje catalanista-españolista con distintos grados. Es necesario que vuelva un partido de centroderecha catalanista para que el tablero de ajedrez no corra el peligro de caerse de la mesa.

En lo que se refiere a la situación actual, es decir, pasadas las últimas elecciones al Parlament: ERC ha perdido. Creo que Pere Aragonès no merecía este resultado, sería hipócrita que yo lo negara. Ahora bien, quedando tercero ha tenido la dignidad de dejar paso, un gesto que le honra. El mundo iría mejor si todos hiciéramos este ejercicio de responsabilidad y dejar paso cuando la ciudadanía así nos lo pide de forma explícita o cuando no vota como se pensaba el proyecto presentado, personalista o colectivo. Tome nota quien se sienta aludido.

Ahora bien, dicho esto, creo que ERC se equivocaría si se obnubilara y no hiciera lo que ha hecho siempre: servir a la ciudadanía. ERC invistió como presidentes, estando o no en el Gobierno, a Pujol, a Maragall, a Montilla, a Mas, a Puigdemont, a Torra… ERC ha sido corresponsable y siempre estuvo allí, nunca dejó de ser corresponsable negociando leyes, haciendo propuestas, haciendo una oposición estricta, pero constructiva, etcétera. Colaborando, en fin, en hacer la vida más fácil a nuestros conciudadanos, ayudando a hacer un mundo mejor. Sirviendo a la ciudadanía. Ha sido así en el Parlament y ha sido así en numerosos ayuntamientos, como el de Barcelona. Debería seguir siendo así.

La corresponsabilidad nos concierne a todos, desde al propietario de un restaurante con la vecindad hasta al vecino con su ciudad. Desde las asociaciones de empresarios a las asociaciones de vecinos. Este es un concepto del que poco se habla, pero si todos tomáramos conciencia de nuestra responsabilidad y corresponsabilidad con nuestra sociedad, con el sector empresarial, con el territorio, con el lugar en que habitamos… viviríamos más felices y menos polarizados. Nunca conocí a nadie que construyera nada desde una trinchera. En cualquier caso, es obligación política hacer este ejercicio de corresponsabilidad, ya que es consubstancial al ejercicio de la política. Las personas pueden no ser corresponsables, la política debería serlo siempre.

No hacerlo sería una irresponsabilidad colectiva. Tengamos esperanza. Ahora es la hora de la corresponsabilidad: ¿no fue siempre así? Espero que así sea.