Nos encontramos, de nuevo, en una jornada de reflexión previa a unas elecciones, una figura algo obsoleta, pero a la que nos hemos acostumbrado y nadie se atreve a eliminar.

Los políticos están en campaña siempre, pero se supone que en la víspera de unas elecciones se callan y solo tenemos imágenes bucólicas de ellos, en familia, paseando, en la naturaleza... Pues vale. En varios países no se permite la venta de alcohol el día antes de las elecciones, aquí al menos nos dejan, de momento, porque cada vez les gusta más prohibir, tomarnos unas cañas o un vermut con berberechos.

Ha sido, sin duda, una campaña extraña marcada por el regreso/no regreso de un expresident de la Generalitat y por la dimisión/no dimisión del presidente del Gobierno de España. También han aparecido nuevos partidos, otros parece que languidecen o se fragmentan o sus coaliciones cambian de nombre… personalismos antes que mensajes, muy pocos mensajes. Algo de procesismo, algo de debate social, pero nada impactante. Muchos de los partidos se necesitan en alguna institución y tal vez por eso la campaña ha sido bastante blandita.

Lo más relevante vendrá a partir del lunes, cuando traten de construir una mayoría para gobernar, y eso no será nada sencillo salvo que las encuestas se equivoquen mucho. Habrá que ver si los partidos procesistas suman y, si suman, si son capaces de ponerse de acuerdo, o si los partidos de izquierda suman y, si suman, si son capaces de ponerse de acuerdo. Que los partidos no procesistas se atrevan a apoyarse si suman es, lamentablemente, un escenario prácticamente imposible porque los muros son demasiado altos.

Pero aparte de ser viable o no una mayoría de gobierno en Cataluña habrá que ver el impacto de los posibles pactos autonómicos en la gobernabilidad de España, con el Ayuntamiento de Barcelona, y alguna institución civil, como moneda de cambio. Una repetición electoral no es, ni mucho menos, un escenario imposible, aunque puede que sirviese de poco, todos estamos felices en nuestras trincheras.

Es importante saber quién nos gobernará, pero lo es más saber qué va a hacer para prevenir la siguiente sequía, para mejorar la autonomía energética en una comunidad autónoma muy rezagada en la generación renovable, para impulsar la industria, para mejorar la seguridad de los ciudadanos, para gestionar la inmigración, para mejorar el transporte, para proteger el campo, para reducir la asfixia fiscal… en definitiva, para saber cómo va a influir en la vida de los ciudadanos quien nos gobierne idealmente durante los próximos cuatro años.

2024 será un año sin presupuestos ni en el Ayuntamiento de Barcelona ni en la Generalitat ni en el Gobierno de España. Y según salgan las cuentas poselectorales puede que tampoco los tengamos en 2025 como salte por los aires la frágil mayoría de Madrid según lo que se decida aquí, aunque lo más probable es que aquí se decida para que no salte la mayoría en Madrid. Y los presupuestos son los que marcan la política real, especialmente cuando desde Europa nos van no solo a cortar el grifo de los fondos, sino a exigir recortes para cumplir de una vez por todas con las reglas fiscales europeas, según las cuales las Administraciones españolas, la central, las autonómicas y las locales, deben frenar su pulsión hacia el déficit.

Está muy bien el debate político, pero estaría mejor que alguien se pusiese a gobernar. Si la casualidad dio una aritmética parlamentaria complejísima en Madrid, veremos qué nos depara la aritmética catalana. El punto de partida es todavía más complicado y los vetos cruzados, mayores, por lo que o hay una mayoría muy clara este domingo, o volveremos a votar muy pronto.