Los cruces de una campaña electoral que unen y desunen la sociovergencia ponen sobre la mesa un ejemplo económico relevante: la fusión del Sabadell con el BBVA, rechazada por Josep Oliu, el presidente de la entidad convertida por el profesor minesoto en una locomotora de primer nivel. Será por precio; o será por defender una plataforma capaz de decir que no al monopolio financiero de la gran banca, que no retribuye el pasivo de los clientes, los ciudadanos que un día pagamos de nuestro bolsillo la reflotación del sector.
De momento, la oposición de Oliu está siendo respaldada por las instituciones empresariales y académicas catalanas, Foment, Círculo de Economía y Pimec, y por los laboratorios universitarios de la alta economía. Los cenáculos hablan, pero lo más cercano al cruce de intereses lo ha dicho Salvador Illa: “Respeto”.
Resurge la clase dirigente desaparecida por miedo al procés. Oliu recuerda ahora a Pere Duran Farell cuando batalló por mantener íntegra a Gas Natural –la actual Naturgy– frente una opa de Repsol movida por José María Aznar, el presidente español que en 1996 colocó en la presidencia de la petrolera a Alfonso Cortina y colonizó al resto de las blue chips con el aparato funcionarial de los Alierta, Vilallonga, Miguel Blesa y compañía. La posición de Oliu no responde a un impulso nacionalista, sino a la defensa del statu quo de banco y de una economía que reclama ya una dirigencia más firme que la de la burguesía débil, comida por el soberanismo aniquilador.
No olvidemos que Artur Mas hizo president a Montilla, en 2006, para mantener a Zapatero en la Moncloa y tengamos en cuenta que ahora Josep Rull de Junts puede acabar apoyando a Salvador Illa en la difícil investidura del candidato socialista, después del 12M, para mantener su pacto de Estado con Pedro Sánchez. Esto segundo es obligado, si Puigdemont no gana las elecciones y se retira de la política.
El argumento se alinea con Jordi Pujol y Artur Mas cuando revelan su apoyo a Puigdemont para mantener en alto ese espíritu de la vieja Convergència; ellos contemplan todavía que el régimen de los soberanistas es conforme al ideal de Aristóteles y Cicerón por su distancia respecto a España y por sus vínculos con el helenismo bizantino de las repúblicas autoritarias del Este de Europa. Los exlíderes de CDC, el rey y su veterano delfín, creen todavía que Cataluña es una república veneciana, un espacio totalmente aparte del resto de Occidente.
El último cartucho de Puigdemont implosionará después de los comicios sin necesidad de repetir las elecciones. En Junts hay prisa para llegar a la aplicación de la ley de amnistía y salvar de la prisión a más de un centenar de colabores cercanos de la consulta ilegal del 1-O. Poco importará entonces el plebiscito emocional de Puigdemont, que ahora se mueve como pez en el agua entre la playa de Argeles y los valles del Canigó, encarnando el movimiento eclesiológico del pueblo elegido.
En el laberinto catalán quien abre la boca a destiempo no sale en la foto; veamos si no el olvido de Orriols, en Ripoll; la irrelevancia de Garriga, el líder de Vox; y el final bravucón de Ciutadans ante el abismo reservado para Carrizosa. Y respecto a este último nos conviene recordar que fue el mismo Josep Oliu quien dijo hace años que “para compensar la balanza, nos hace falta un Podemos de centro-derecha”, pensando en Ciudadanos cuando la izquierda extraparlamentaria subía peldaños en el Congreso.
Oliu solo lo anunció, cuando nadie podía pensar que el partido de Albert Rivera, Arrimadas y Carrizosa se iba a echar al monte del sorpaso, hasta ser engullido por Leviatán. Oliu no habló de comicios, pero la reacción resultó fulgurante cuando Arrimadas ganó las catalanas de diciembre del 17, tras la declaración unilateral de independencia y la aplicación del 155 de la Constitución. Pero la formación anti-centrada se abandonó en brazos del perdedor, un gesto digno de Péguy, el más heroico frente a la muerte y el más duro defensor de la poética nacionalista, que tanto arraigo tiene en Cataluña.
Oliu no es un elefante en el comedor ni en la cacharrería. Es hábil; no habla de política porque no es su materia, pero en cada gesto muestra la militancia sin palabras que podría recomponer la Cataluña económica, lejos de la república bananera de Junts, ERC y la CUP, apéndice populista. Si el BBVA aumenta el precio del Sabadell en una opa hostil, el mercado dictará sentencia, como deber ser (el “respeto” de Illa). Pero nos conviene recordar como Francia ha mantenido la nacionalidad de empresas como Gas de France o Lyonnaise des Eaux. Se trata de defender el interés colectivo sin contar con los nacionalistas, que no entienden de sutilezas y solo proponen el recurso público por decreto; el peor camino.