Fue Emilia Pardo Bazán la primera en hablar del feminicidio referido a la sumisión institucional de la mujer en el marco del pensamiento y la actividad profesional. No iba desencaminada al comprobar que el mismo Menéndez Pelayo aseguró que las ficciones de la gran escritora gallega serían buenas novelas, si hubiesen sido escritas por un hombre.
Al hablar de feminicidio no hablamos del crimen horrendo de mujeres asesinadas por sus parejas en nuestros días. Emilia circundó al hecho criminal en el mujericidio de Los pazos de Ulloa; pero analizó el feminicidio en su revista mensual Nuevo Teatro Crítico (1891-93). La fundadora de la editorial La Biblioteca de la Mujer habló de la segregación intelectual de esposas como Begoña Gómez que, en opinión del búnker fatalista, deberían dedicarse a sus labores, a criterio de Núñez Feijóo.
Hablamos de la esposa del presidente Sánchez, acusada de corrupción en una instrucción judicial sin fundamentos, como intento de anular a una profesional de la reputación social corporativa de importantes empresas, por el simple hecho de contaminar a Sánchez.
Begoña no es la única. Recordemos el desenlace dramático de Rita Barberá acosada por los suyos o el crimen irreversible de Mónica Oltra, que dimitió por una acusación falsa y fue exonerada cuando su partido, Compromís, y el Pacto del Botánico eran ya pasto de la historia. Cuesta poco acorralar a una dama, salvo en el caso más discutible de Ayuso, porque la presidenta de Madrid desató ella misma el cerco a su pareja, González Amador, reconociendo un fraude.
El miedo cataliza los cambios; la duda fomenta la desunión. En ambas cosas ha caído el presidente Sánchez cuya pausa de cinco días refuerza a sus fieles, a riesgo de perder el clamor de sus aliados. Sumar afloja su compromiso y los soberanistas catalanes son conscientes de que la dimisión del presidente les hubiese sumido en el precipicio penal de una amnistía elevada a rango de ley, pero herida en términos de consenso social.
A pesar de que Puigdemont y Aragonès mantengan el tono guerrero ante los socialistas, ellos saben que les ha ido de un pelo. La pausa de Sánchez ha abierto los ojos a ERC y Junts al mostrarles que dependen de la fortaleza de un presidente, a punto de quebrarse cuando le tocan la familia. El eje Génova-Faes seguirá su asalto pese a que no habrá próxima vez si los conservadores no ganan claramente unas elecciones generales.
Empieza una nueva legislatura, sin pasar por la moción de confianza ni por las urnas. El paréntesis no ha servido para modificar el tempo de la cosa pública; solo ha mostrado la debilidad del campeón de la resiliencia. Algo humano que el ciudadano aplaude.
Es la hora de la mesocracia, el almanaque de las capas medias, íntimamente vinculadas a la moderación del espacio de centro, auténtico pedernal de votos. El último chafarrinón -el adjetivo es de Villena- de Núñez Feijóo ha consistido en acusar a Sánchez de caudillismo franquista. Por su parte, Santiago Abascal revive el teatro cruel de Antonin Artaud cuando habla de "un bochorno internacional de consecuencias incalculables".
Aznar califica la carta de Sánchez de “una gigantesca burla de la democracia” y esto ya es más bien un toque de Eugène Ionesco, cumbre del Absurdo sobre las tablas. Lo cierto es que la interrupción de la agenda presidencial pilló por sorpresa al resto y, por rematar los símiles escénicos, digamos que ahora los opositores al altar de Moncloa esperan a Godot, infructuosamente.
La cuestión de Begoña ha derivado en una discusión entre tipos duros, gladiadores de la oratoria, protagonistas del circo tendido sobre una mujer a la que no merecen. Los merodeadores del nido de la templanza están dispuestos a liquidar al adversario, utilizando la violencia vicaria contra la primera dama. El siguiente paso es la reacción de Sánchez, el hombre delgado de Dashiell Hammett, desprovisto de complicidad, pero imbatible en el camino laberíntico al éxito final. Se nos viene encima una ley regulatoria de la autoridad judicial que hará añicos al Consejo General (CGPJ), inasequible sacramental y sórdido del continuismo de la derecha patria.
Los detractores de Begoña, pantalón de cuello fino con fusta y sacro recogidos sobre la ingle, no reconocen a la número uno en la lista de la primera dama: Pardo Bazán, que fue también la primera mujer en ser nombrada por Alfonso XIII consejera de Instrucción Pública. Si aquel Borbón ya se comió, un siglo antes, el discurso feminista de Doña Emilia, imagínense el ambiente actual en la Zarzuela, con Letizia de reina consorte. Ellas pueden aparentar desapego, pero la revolución va por dentro.