España tiene en la actualidad más de 8.000 municipios; Cataluña, más de 900. Somos el tercer país de la Unión Europea con más localidades en cifras absolutas. Francia tiene la máxima distinción por historia y tradición, y Alemania es segunda, a pesar de la gran fusión que hizo después de la segunda guerra mundial.
En términos poblacionales, en 40 años hemos pasado de 37 millones de habitantes a 47 millones, pero este contexto de crecimiento demográfico no ha sido equilibrado ni homogéneo. Más de 27 provincias han perdido población. Como dato destacable, vale la pena mencionar que en el 72% de los municipios de todo el país tan solo vive el 6% de la población.
Analizando los datos que el INE y la Generalitat proporcionan, vivimos un proceso de concentración y despoblación que va en paralelo. Los municipios situados en la costa crecen o se mantienen, pero el interior de España se despuebla, exceptuando Madrid, que ejerce de centrifugadora de todo el territorio.
En Cataluña, esta realidad se produce especialmente en los Pirineos y Prepirineos e interior de Tarragona. Las capitales de comarca del interior ejercen de tractoras de la escasa población de sus territorios, con densidades de población muy pequeñas.
Este proceso de despoblación de las zonas rurales y concentración urbana se inicia con la llegada de la revolución industrial del siglo XIX y se acelera después de las guerras que asolan Europa y España en la primera mitad del siglo XX. La mecanización del campo produce un excedente de gente que va en paralelo a la demanda de mano de obra que las fábricas necesitan y ofrecen.
El mundo es cada vez más urbano
Que el mundo es cada vez más urbano nos lo demuestra la realidad que vivimos y los datos que lo confirman. Aun así, y pensando en un equilibrio territorial perdido, periódicamente nos planteamos cómo y de qué forma se pueden recuperar habitantes en el llamado mundo rural.
¿Se puede hacer algo, debemos hacer algo?
En el ámbito público y privado están surgiendo, en los últimos tiempos, informes y documentos de alerta de los peligros de la inacción. El mundo rural envejece acumulando un riesgo cada vez mayor de pobreza, teniendo en cuenta que muchos pueblos pequeños se mantienen con base en los ingresos que provienen de las pensiones.
Los retos, dificultades, necesidades no son menores. La movilidad que generó el Covid ¿fue un espejismo o alumbra posibles vías de recuperación?; las nuevas formas laborales que surgen con el llamado teletrabajo ¿qué recorrido tienen para consolidar cambios de vida y de empadronamiento?
El abandono de muchos territorios y los riesgos del cierre técnico de muchas localidades reclama analizar y aunar las necesidades de los territorios con flexibilidad territorial y definiendo quién hace qué y cómo. Esta cuestión no es baladí para no duplicar servicios. También tenemos muchos operadores privados que están interesados en aportar soluciones, a los que deberíamos sumar de forma activa.
El objetivo primordial es generar una calidad de vida sostenible y duradera. No se vive del aire, del silencio y de las vistas panorámicas. Es evidente que hay que ajustar distancias razonables para determinados servicios (educación, salud…), pero otros, por ejemplo, la cobertura digital y el transporte accesible, son inexcusables. Sin estos factores previamente garantizados es difícil empezar a construir.
Hay que ayudar en este reequilibrio territorial. Las normas urbanísticas para rehabilitar o construir vivienda nueva son también importantes, u ofrecer beneficios fiscales de largo recorrido, por ejemplo, 20 años de bonificación por vivir e instalar actividades económicas en municipios de menos de 2.000 habitantes o densidades de población muy ínfimas.
La mayoría de los municipios menores de 2.000 habitantes tienen unas infraestructuras técnicas y humanas muy precarias; por lo tanto, favorecer servicios intermunicipales debe tener prima. Las instituciones de carácter supramunicipal (diputaciones, consejos comarcales, mancomunidades) deben reforzar su papel de suplencia con el objetivo final de simplificar y acompañar al municipio pequeño.
La opción no pasa por la fusión de municipios, sino que hay que incentivar la gestión de servicios mancomunados y de suplencia. Tenemos experiencias culturales y de gestión tributaria que son ejemplares y que deberíamos promocionar. Trabajar para la sostenibilidad de nuestro país requiere también un esfuerzo de reequilibrio territorial.
La mayoría de los servicios e infraestructuras que sirven de base para la vida y el funcionamiento de las ciudades se generan en el mundo rural; los alimentos y la energía son los más obvios. Tengamos una visión panorámica. Ayudar a la viabilidad del mundo rural es favorecer la sostenibilidad del mundo urbano.