Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, una jornada que debe enmarcarse en la permanente y continuada discriminación de género que, con más o menos intensidad, sigue existiendo en todas partes. Un día, por tanto, para exigir con más fuerza el respeto a los derechos de las mujeres y a la no discriminación por género.

Una reivindicación que se debe mantener todos los días del año y a la que los hombres debemos comprometernos con determinación para eliminar toda discriminación y, en consecuencia, llegar al equilibrio en cuanto a ocupación, salarios y capacidad de tomar decisiones. Hacerlo es posible, es necesario, sólo hace falta desterrar toda actitud machista, comenzando desde aquella que tiñe la educación.

Es necesario hacerlo porque es de justicia y también porque la humanidad no puede menospreciar el talento femenino, como dejó claro el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, en octubre de 2017 al afirmar: “La desigualdad de género priva al mundo de un enorme recurso de talento, en un momento en que es tan importante para abordar los enormes desafíos y las fuerzas disruptivas que tenemos”. Una subestimación del talento de la mujer que, de ser valorado, permitiría duplicar el ritmo del crecimiento económico global, según el Banco Mundial.

Es cierto que las mujeres, durante décadas, con esfuerzo y constancia, han ido alcanzando puestos de responsabilidad. Pero los avances, muchas veces logrados mediante la renuncia a desarrollarse con plenitud en la esfera personal, no llegan a grandes porcentajes de la población femenina, la cual sigue estando minimizada en una sociedad con claras connotaciones machistas. Este es un hecho incuestionable cuando se analiza la retribución salarial de las mujeres o los ascensos hacia puestos de más responsabilidad.

Aunque algunos se esfuercen en negarlo, a pesar de los avances logrados, queda mucho camino por recorrer para que las mujeres tengan una representación equitativa en los puestos de poder y liderazgo en el trabajo. De hecho, la ONU, en 2022, explicó que se requerirían 140 años para lograrlo si se seguía al ritmo actual.

Lo cierto es que aún queda mucho por hacer para desterrar las actitudes que impiden que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte, “asumiendo la injusticia e inmoralidad de disponer de pautas escritas o impregnadas en el imaginario colectivo que sitúen a la mujer en una posición inferior a la del hombre, ya que estas son contrarias al precepto de la naturaleza”, como ya se proclama en la Declaración de Seneca Falls de 1848 sobre los derechos.

Hoy por hoy, las mujeres tienen la mejor preparación y ocupan más puestos de trabajo que nunca; sin embargo, sigue existiendo discriminación en los puestos de mayor nivel. Los obstáculos derivados de prejuicios culturales y psicológicos que dificultan, por un lado, las vocaciones femeninas en tecnología y, por otro, que las mujeres ocupen puestos de alta dirección, siguen existiendo. La “barrera invisible” denunciada en la década de 1970 sigue presente en la toma de decisiones.

Este es un hecho incuestionable, como constata que, en el mundo, las mujeres ocupan sólo uno de cada cinco cargos en los consejos de administración corporativa o que también sólo una de cada cinco economías exige criterios sensibles al género para los procesos de contratación pública y que en un alto porcentaje de países no es obligatorio igual salario por igual trabajo.

El último informe del Banco Mundial sobre igualdad, Women, Business and the Law 2024, lo evidencia en plenitud, constatando que la discriminación de género castiga a la mujer, frena el crecimiento económico e hipoteca el futuro. Un hecho que nos debería obligar a estar atentos en evitar que los esfuerzos y el compromiso por la igualdad de género retrocedan.

En este contexto de discriminación latente de las mujeres, de los esfuerzos y renuncias asociadas, me parece imprescindible abordar los temas no sólo asociados al trabajo y las carreras profesionales, también los asociados a la salud, al bienestar, la igualdad, la seguridad, la conciliación o la visibilidad.

Un conjunto de aspectos que son imprescindibles, ya que, a pesar de las mejoras logradas, hay que reconocer que, por ahora, en España y en muchos lugares del planeta sigue cumpliéndose la afirmación que el filósofo John Stuart Mill hacía en 1869: “El principio que regula las relaciones sociales vigentes entre los dos sexos es injusto por sí mismo y es, en nuestros tiempos, uno de los más importantes obstáculos al desarrollo humano. Debería ser sustituido por un principio de igualdad perfecta, que no reconozca poder, ni privilegio, ni desventaja a ninguna de las partes”.