Hacer pronósticos en política, al igual que en bolsa, es tan difícil como arriesgado. A cualquier vaticinio hay que añadir siempre la salvedad de “si no sucede nada inesperado”, ya que lo imprevisto acaba demasiadas veces apareciendo. Dicho eso, creo que hay Pedro Sánchez para rato.
La tempestad que zozobra el Gobierno por un caso de corrupción que la oposición, a partir de filtraciones periodísticas, afirma que podría ir más allá de los chanchullos de Koldo García con la empresa Soluciones de Gestión para sacar tajada durante la pandemia, no tiene fuerza para tumbarlo. El negocio de contratos con la Administración montado por el exasesor del ministro de Fomento José Luis Ábalos es penalmente perseguible, pero nada indica que haya una trama general de corrupción protegida por responsables socialistas, como afirma el PP.
El ataque a la presidenta del Congreso, Francina Armengol, cuya dimisión los populares exigen por responsabilidad política ante posibles irregularidades en la compra de mascarillas a la empresa que patrocinaba Koldo García, no tiene mucho fundamento, más allá de explotar algunos hechos llamativos en el proceso administrativo.
La Administración autonómica si acaso fue víctima, por incompetencia o candidez, de esa trama, que otras comunidades socialistas rechazaron contratar porque la empresa Soluciones de Gestión no les ofrecía confianza. Pero no es razonable que la expresidenta balear tuviera que estar al corriente de ese contrato específico, cuyo valor fue de 3,7 millones, una cantidad relativamente pequeña en el conjunto de compras sanitarias en Baleares.
Si el escándalo Koldo no implica a nadie más que a Ábalos, y ya veremos si como testigo o colaborador necesario, la tormenta irá remitiendo. Y aunque el exministro acabase imputado, el PSOE siempre podrá alegar que fue veloz al exigirle que renunciase al acta de diputado. El cese del secretario general de Puertos del Estado, Sánchez Manzanares, que efectuó ayer el ministro Óscar Puente por pérdida de confianza tras haber ocultado la implicación en la compra de mascarillas por valor de 20 millones de Víctor de Aldama, uno de los comisionistas de la trama del exasesor, es un segundo cortafuegos que pone al Gobierno a salvo.
No es probable, pues, que el caso Koldo vaya a tumbar la legislatura ni a condicionarla a largo plazo. Pese a que el Gobierno dispone de una mayoría muy justa en el Congreso, un conglomerado de apoyos cuyo nexo en común es evitar que el PP llegue al poder, a ninguno de esos grupos le conviene ir a elecciones anticipadas.
Ni a Sumar, que está en el Ejecutivo, ni a Podemos, cuyo futuro se dirimirá de verdad en las europeas de junio. A la izquierda del PSOE no hay ningún incentivo para poner fin a la legislatura. Tampoco los partidos independentistas y soberanistas tienen interés en acabar con Sánchez, a quien pueden sacarle más cosas cuanto más débil se encuentre.
Por otro lado, no podemos olvidar que el líder socialista se crece en las adversidades. Lo ha demostrado otras veces. Ahora mismo lo que le urge es sacar adelante la ley de amnistía como condición necesaria para aprobar los presupuestos de 2024, lo que transmitiría el mensaje de que la legislatura sigue viva pese a todo. Además, la economía acompaña a Sánchez. Hay menos paro que nunca, el PIB crece y la inflación disminuye.
En política, la voluntad es determinante, y Sánchez no va a tirar la toalla ni por un mal resultado en Galicia, ni por los chanchullos de un exasesor o la responsabilidad invigilando de Ábalos, ni menos aún porque todas las encuestas sitúen al PP delante del PSOE.
Por otro lado, el partido socialista se está quedando sin competidores a su izquierda, tras la decadencia de Podemos y el pinchazo de Sumar, lo que en las europeas de junio le ayudará probablemente a mantener un resultado parecido al de 2019. La estrategia de Sánchez es resistir, esperar a que amaine la tormenta, y a que el rival cometa un error fatal.
La política está llena de sobresaltos a la vuelta de la esquina. No olvidemos que antes de las gallegas quien parecía estar contra las cuerdas, en caso de que el PP perdiese la Xunta, era Núñez Feijóo, que metió la pata en un off de récord con periodistas una semana antes de las elecciones.
Qué rápido nos olvidamos de todo. Pese al ruido de fondo y la bronca política, la legislatura durará hasta que Sánchez quiera, puesto que no hay moción de censura que lo saque de la Moncloa, y dentro del PSOE nadie va a mover un dedo contra él, por fe sanchista e instinto de supervivencia.