Lo primero que debe hacer un ministro con pinta de gañán, es buscar a un asesor con más pinta de gañán todavía, así disimula la propia. No lo tenía fácil Ábalos para hallar a alguien así, no hay más que verle, por lo tanto, hay que reconocerle habilidad en eso, el hombre tuvo que peinar toda España y parte del extranjero para localizar a un tipo que le superara. Finalmente encontró a Koldo, el individuo adecuado. Si uno pretende disimular -es un suponer- su narizota, debe tener siempre cerca a alguien con una napia aún más enorme. Si Ábalos quería parecer persona fina y educada, no tenía más remedio que poner a Koldo a su vera, a ver si, con la comparación, él parecía incluso ministro.
Lo de las mascarillas no debe hacernos perder de vista la gran labor del entonces ministro Ábalos en el campo de disimular su propia zafiedad, ya que, por comparación, hasta el personaje de Paco Rabal en Los Santos Inocentes, a su lado parece un premio Nobel. Si ese tipo hirsuto que siempre usa camisa ceñida para que se observe bien su barriga -en algunas poblaciones atrasadas, una barriga prominente continúa siendo un signo de ostentación-, consiguió llegar a ministro sin mérito alguno, fue gracias a Koldo. Con un Koldo al lado, nadie repara en las obvias deficiencias de un Ábalos, qué van a reparar, si todas las miradas de estupor se las lleva Koldo. Un Koldo es un salvoconducto que permite el acceso a todas partes, no solo al ministerio, eso es lo de menos, también a restaurantes de categoría, lugares en los que alguien con la pinta de Ábalos tendría vetada la entrada si acudiera allí en solitario o en compañía de alguien más o menos normal.
-Lo siento, señor, tenemos completo- diría el maitre con solo lanzarle una mirada y ante el temor de que un tipo así ahuyentase a la respetable clientela.
-¿Cómo dice? Oiga, que soy ministro socialista. Además, veo que no tienen ni una sola mesa ocupada.
-Lárguese, paleto. ¡Seguridad!
En cambio, ir al mismo restaurante con Koldo, supone ser recibido como un VIP, a su vera todo el mundo es elegante, lo único que puede suceder es que te pidan que lo dejes atado a la puerta y lo recojas al salir. Si Ábalos parece que lleve cinco días sin ducharse, Koldo parece que lleve un mes; si el exministro aparenta tener dificultades para hacer la o con un canuto, su asesor no sabe qué demonios es un canuto; si el alto cargo socialista se asemeja sospechosamente a Torrente, su mano derecha pasaría por cualquier friki de los que usa en sus películas Santiago Segura. Todas las comparaciones son odiosas, excepto si te comparan con Koldo, que entonces son todas gustosas, eso lo ha sabido siempre Ábalos y ese es su único mérito, que no es poco.
Lo de las mascarillas, pues qué les voy a decir, de alguna forma tenía este par que ganarse la vida, no iban a ponerse a trabajar. Si -como ha quedado escrito- ya tienen dificultades para ser aceptados en un restaurante de categoría media, menos van a superar una entrevista de trabajo, en esos casos ni siquiera ir acompañado de Koldo sirve de ayuda, los empresarios son muy suyos.
Es normal que el pobre Pedro Sánchez no se enterara de nada. Si aterriza Ábalos en un ministerio, un presidente de Gobierno no le quita la vista de encima, que el tipo tiene aspecto de llevarse la cubertería de plata de La Moncloa al primer descuido. Pero claro, se hizo acompañar de Koldo, y entonces Pedro Sánchez ya no tuvo ojos para nadie más que para éste, ni que fuera por la curiosidad de averiguar si una cosa así era capaz de hablar o sólo emitía sonidos guturales. Así que nadie reparó en Ábalos y pudo llevar a cabo lo que le dio la gana, que sorprendentemente no fue birlar la cubertería de plata. ¿Para qué, si las mascarillas daban mayores beneficios?