La prensa gubernamental la ha tomado con Pablo Motos, que dirige un programa de entretenimiento nocturno con hormigas de peluche y gansadas de todo tipo, que tiene mucho éxito. Bueno, me lo dejan de pérfido para arriba.

No estoy seguro de si esa manía anti-Motos empezó cuando formuló alguna crítica a Pedro Sánchez; o a raíz de algún comentario machista dirigido a alguna de las actrices que acuden al programa a publicitar la última película en la que han figurado, a cambio de fingir --es su trabajo-- que se lo pasan muy bien entre bromas y veras; o en represalia por llevar invitado a su programa a algún indeseable; o las tres cosas a la vez. El caso es que la han tomado con él, y donde la jauría aprieta es difícil que suelte la presa.

Lo último ha sido desvelar sus saneadas finanzas, el considerable dinero que tiene en el banco, los bienes inmobiliarios que posee: signos de una vida acomodada al servicio de la reacción y el capitalismo.

Esta campaña me llama la atención, no me parece bien, y me recuerda que no hace mucho tiempo, a raíz de no sé qué monólogo de El Gran Wyoming, la prensa de derechas la tomó con él, aireó con entusiasmo sus problemas con el Fisco y contó cuántos pisos poseía en Madrid y la cuantía de su fortuna, obtenida mediante su constante ataque y ridiculización de los partidos de la derecha y sus líderes. Aquella campaña tampoco me pareció bien. Yo sigo mi convicción de que a los cómicos, tengan gracia o no, no hay que tomárselos mucho en serio. No son el oráculo de Delfos. Son cómicos, hombre ya, te hagan mucha o poca gracia.

Pero si he mencionado las hostilidades contra Motos y Wyoming --el uno de derechas y el otro de izquierdas, el uno supuestamente reaccionario y machista, y el otro progresista y por consiguiente feminista-- ha sido para mejor subrayar su parecido e incluso su calidad intercambiable.

Cierto que las preguntas “picaronas” de Motos son machistas, pero ¿no lo es igualmente Wyoming, que tiene siempre al lado, sólo para que le dé la vez, a una mujer florero mucho más joven que él, para que dé pie a sus réplicas graciosas?

¿Motos y Wyoming no trabajan y triunfan, desde hace ya muchos años, en cadenas de televisión comerciales, y según formatos copiados, fusilados de la televisión convencional norteamericana?

¿No son, los dos, prósperos propietarios de carteras inmobiliarias sustanciosas? Es difícil comprender esa hostilidad entre sus seguidores.

Sobre todo porque, conociendo un poco la naturaleza humana, no me extrañaría que mientras las jaurías fanáticas muerden los tobillos de Wyoming y de Motos, estos se reuniesen con asiduidad en la barra de cualquier coctelería, para comentar las cosas de la profesión, intercambiar los teléfonos de sus asesores fiscales y de sus gestores y abogados, y reírse a carcajadas de lo que de cada uno de ellos dicen los seguidores del otro.

Somos unos pringadillos, con nuestras maniqueas nociones sobre el bien y el mal y con nuestras convicciones políticas, inasequibles al desaliento, inasequibles a la contradicción, a la impostura y a la tomadura de pelo.