“Si a la General Motors le va bien, a Estados Unidos, también”. Con esta sonora sentencia quiso ilustrar Thomas Woodrow Wilson, presidente norteamericano en la segunda década del siglo pasado, la fuerte influencia que la actividad industrial ejercía sobre el devenir social de su nación en un escenario de grandes cambios. Quizá en la actualidad suene excesiva la atribución de semejante poder a una única compañía, pero cualquiera estará de acuerdo con la idea de que el valor de una marca país lo determinan, en gran medida, sus empresas.
Si de algo ha podido presumir Cataluña es de la solidez y el espíritu emprendedor que ha inspirado a su tejido empresarial. Sin embargo, no han sido pocas las tertulias y primeras planas que han puesto el foco sobre una supuesta debilidad corporativa de nuestra tierra en los últimos tiempos.
No se puede negar que el ecosistema empresarial catalán ha atravesado un periodo gris a lo largo de estos años, pero tampoco que 2023 ha dibujado la senda del regreso a la competitividad a tenor de lo que muestran los datos registrales.
El último informe de Estadística Mercantil publicado refleja que sólo en el cuarto trimestre del pasado año se constituyeron en Cataluña 4.747 sociedades nuevas, lo que supone un incremento del 5,1% con respecto al mismo periodo del año anterior. Nuestro ritmo de creación empresarial se situó por encima del de otras comunidades fuertes en la materia como Andalucía o País Vasco, siendo superado únicamente por Madrid.
No es el único indicador que invita al optimismo. Los concursos de acreedores en Cataluña se han reducido el 16,6% en relación con el trimestre equivalente de 2022, a la vez que nuestras empresas se han posicionado a la cabeza del ranking de ampliaciones de capital (1.290) registradas en el conjunto de España.
Otro aspecto del que podemos extraer una lectura positiva --con ciertos matices-- es el de los traslados de sede social entre comunidades autónomas. En el último periodo de 2023 abandonaron Cataluña 177 empresas, que decidieron ubicarse en otras regiones por diversas razones. Sin embargo, fuimos capaces de atraer a 125 compañías que vieron en nuestra tierra el lugar idóneo para desarrollar su actividad. El saldo final, evidentemente, resulta negativo, pero al menos podemos concluir que el desbalance entre empresas que vienen y se van se ha estrechado de forma considerable en el último año.
Quizá sorprenda el siguiente dato: Madrid fue la comunidad de la que más sociedades se fugaron, con 347 en el trimestre --casi el doble que en Cataluña--. No obstante, su capacidad de atraer nuevas firmas hacia la capital (374) permitió salvar la estadística del temido color rojo. Probablemente ese sea uno de los mayores retos a los que se enfrente nuestra economía en la actualidad: incrementar el atractivo de su marco empresarial para que la apuesta catalana resulte cada día más fiable.
Sirva como ejemplo el caso de BlueSun, firma dedicada a la fabricación de productos como el detergente Ariel o los ambientadores AmbiPur, que anunció el pasado diciembre su decisión de regresar a Cataluña cinco años después de haber trasladado su sede social a la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira. Incentivar la vuelta a casa de empresas que se marcharon en los últimos tiempos se antoja vital para consolidar nuestro horizonte empresarial. Pero también lo es atraer a organizaciones de otros países que busquen en el entorno geográfico que nos rodea un escenario propicio para el desarrollo de sus inversiones.
Resultará necesaria la implicación institucional y una apuesta decidida por un valor que los registradores llevamos en el ADN: la seguridad jurídica. Si somos capaces de rodear de certezas a nuestras empresas y acompañamos el talento catalán con planes de estímulo que no pongan límite a su potencial innovador, volveremos a ese camino que nos conduce a la vanguardia de Europa y del que todos, como sociedad, estamos llamados a beneficiarnos.