En nuestros tiempos, a la par que se multiplican los datos, se pierde el pudor en utilizarlos como mejor convenga a los intereses de cada uno. Ello viene sucediendo de manera singular en Cataluña: unos encuentran mil y un datos para justificar que va de maravilla mientras que otros recurren a tantas o más cifras para argumentar lo contrario. En cualquier caso, resulta evidente que el país ha perdido poder económico y dinamismo social: Cataluña ha dejado de ser referencia en España y Europa, como lo había sido durante décadas.

Además, en los últimos meses hemos recibido diversas andanadas de las que duelen. Así, desde la economía, las compañías que se mudaron en los momentos más convulsos del procés, siguen sin mostrar el mínimo interés por retornar, a la vez que sigue en aumento el flujo de jóvenes profesionales hacia Madrid. Asimismo, hemos visto como la primera industria del país, Celsa, ha acabado controlada por fondos buitre, mientras que nuestra gran compañía tecnológica y global, Grifols, ha sufrido un descomunal ataque que ha dañado su credibilidad (que confiemos vaya recuperando). A su vez, nos encontramos con restricciones de agua a inicios de febrero, mientras el informe PISA destripa la deteriorada educación de nuestros menores. Y, mucho más allá del estricto espectáculo deportivo, asumimos con naturalidad la pérdida de la Fórmula 1, a la vez que se acelera el hundimiento institucional del Barça, el gran embajador de Cataluña en el mundo.

Pese a un panorama tan sombrío, habíamos ido recuperando el tono desde hace un par de años, empezando a definirse un escenario que podía invitar al optimismo. A medida que aparcábamos el despropósito del procés, se vislumbraba una nueva política más pragmática y orientada a las necesidades reales de los catalanes. En este sentido, las elecciones municipales supusieron un cambio notable, que se confirmó con las elecciones legislativas del pasado julio. También, en el ámbito institucional privado, la derrota del independentismo radical en la Cámara de Comercio supuso un avance en la dirección que nos conviene. Pero, lo que mejor señalaba el inicio de una nueva etapa era la indiscutible mejora del clima social, muy maltrecho durante años por la fractura entre partidarios y contrarios de la independencia.

Sin embargo, de manera inesperada, la aritmética parlamentaria en el Congreso de los Diputados dio un protagonismo determinante a Junts (pese a que obtuvo tan sólo un 11% de los votos en Cataluña). Lejos de retornar, ni que fuera en parte, al pragmatismo de aquella Convergència que aún pervive en el recuerdo de muchos, los de Puigdemont y Nogueras están mostrando una enorme rigidez, acompañada de un talante burdo y agresivo hasta el límite. Su objetivo está claro: debilitar a España. Quizás lo consigan. Lo que no perciben, o les importa poco, es que lo suyo será dar la puntilla a una Cataluña aún convaleciente. Y tan contentos. Al fin y al cabo, siempre será culpa de España.