Hace unas semanas recibí un mensaje de una expareja explicándome que tenía la gripe y que para matar el tiempo había vuelto a ver The Office, una serie que miramos juntos hace ya muchos años. “Qué felices éramos”, le respondí, recordando con nostalgia nuestras maratones de sofá, muertos de risa. “Debes ser la persona con mejor sentido del humor que he conocido, porque se la he recomendado a mucha gente, y a nadie le hace tanta gracia”.
Su alabadora confesión me hizo subir la autoestima. No solo por el piropo a mi fino sentido del humor (¡gracias, gracias!), sino porque a la mayoría de mis novios y amigos sí les ha gustado The Office (la versión americana, por supuesto), lo que implica que soy una persona que sabe rodearse de lo mejor. “The Office es el barómetro de una buena relación”, me dije mientras recordaba a otro de mis amores perdidos, fan de la serie hasta el punto de que su hijo quería tatuarse a Dwight Schrute en el brazo.
No hay duda de que todas mis exparejas y amigos son gente brillante, gente que entiende que hay que saber reírse de uno mismo para no volverse loco en este mundo. Y reírse de uno mismo empieza por reírse de nuestros prejuicios y miedos, algo que la serie aborda con maestría, a pesar de que ahora muchos la critiquen por considerar sus chistes discriminatorios o políticamente incorrectos. Nos hemos vuelto muy finolis.
Detrás de una serie inteligente siempre hay un guionista inteligente, así que no me sorprendió leer el otro día que uno de los guionistas de The Office, Lee Eisenberg (The Office, Jury Duty), sea el creador de un invento fabuloso: una funda nórdica con cremalleras en tres lados para acabar de una vez con la faena de tener que meter el edredón dentro de ella y conseguir que las puntas lleguen a los extremos. Yo lo he intentado de todas las formas posibles –poniendo la funda del revés, extendiéndola sobre el colchón y tumbándome sobre ella, doblándola en dos en mi regazo, etcétera–, y nada. Tras una batalla de seis o siete minutos, no logro conseguirlo. Se queda ahí, con el edredón medio espachurrado dentro y la zona de los pies totalmente vacía de relleno.
“Menos lucha, más acurrucarse”, promete la ingeniosa publicidad de Nuvet. Un invento pensado para “eliminarte el estrés, eliminarte la frustración. Porque creemos que deberías emplear más tiempo en… Entrenar para un Ironman, hacer pasta casera, cantar a tus perros, volver a ver Seinfeld, contemplar el más allá, acabar de una vez de leer Moby Dick”, se lee en su web.
Bautizado en broma como el Tomas Edison de la ropa de cama, Eisenberg aseguraba recientemente en The New Yorker estar súper orgulloso de su funda, diseñada para que fuera lo más a prueba de tontos posible. “Básicamente, para mí”, aclaró. Su detalle favorito: una etiqueta en uno de los lados de la funda, donde se lee: “Los pies van aquí”.