Tenía mucha razón Paul Éluard cuando acuñó su célebre sentencia "hay otros mundos, pero están en este", una de esas frases de las que antes solía decirse que "admite múltiples lecturas".

Lo pensaba el otro día, yendo de una fiesta a otra, fiestas de Año Nuevo, cuando me enteré de que los hospitales están abarrotados, todas las camas llenas de personas que han tenido la mala pata de contraer algún virus o alguna bacteria. En fin, una de esas dolencias que te tumban durante unos días y, sin dejar de estar en este mundo, estás en otro, que me dispongo a describir, en base a los recuerdos de una lejana pero inolvidable estancia hospitalaria.

El mundo del enfermo cuyo organismo se enfrenta a una agresión súbita y poderosa, a la que combate con la ayuda de toda la ciencia médica que ha sido capaz de obtener, es un mundo pequeño y en sufrimiento, eso es evidente. Pero en realidad el dolor no es interesante, lo único que de él nos interesa es eludirlo y eliminarlo cuanto antes.

Queda por decidir si nos brinda, por lo menos, alguna lección, alguna sabiduría. Hay quien sostiene que no, o que sí, pero desde luego es discutible. En Nietzsche, de hecho en un famoso poema de Lou Andreas von Salome que él corrigió y al que puso música para convertirlo en canción, leí que hay que amar tanto la vida que si ya ésta nos ha dado todas sus dulzuras, y no le queda ninguna que ofrecernos, hay que pedirle que nos ofrezca entonces todo el dolor. "Si no te queda ya ninguna felicidad que darme,/ bien –aún te queda tu sufrimiento". Me parece una idea romántica e insensata, por más que el profesor de Basilea supiera mucho del dolor y el sufrimiento, mental y físico.

Pero volvamos al mundo del dolor, al pequeño espacio –la cama de hospital o de clínica, para quien tiene suerte- en el que el paciente dolorido, febril, trata, asistido de la ciencia terapéutica, de recobrar la salud y volver al mundo amplio y común. ¿Qué hay en ese otro mundo aseptizado y funcional en que ahora está, con los otros pacientes y doctores y enfermeras, qué cabe en él? Pues es un mundo pequeño donde apenas cabe nada, salvo la conciencia del malestar. Apenas nada, salvo la enfermedad.

Al paciente, la fiebre le confunde las ideas, le aturde, la mente funciona al ralentí. Ya que está forzado a seguir tumbado en la cama, trata de evadirse de la conciencia de su situación convocando ideas bonitas, recuerdos gratos, hermosas imágenes, pero la fiebre sólo le trae imágenes distorsionadas, figuras contrahechas, las páginas más desagradables y tontas del pasado. La frase más tonta de un amigo. Aquí viene lo interesante: todo lo que está fuera de ese campo de batalla que está librando, le parece de repente ajeno y desagradabilísimo.

El nacimiento de Venus de Botticelli, por ejemplo, cuyo recuerdo convoca para deleitarse en su dolor, le parece una chiquillada. La Diosa, una pánfila. Si en la misma habitación hay gente que habla, o el televisor encendido, las charlas y risas le parecen demenciales, aunque sea consciente de que es él quien está sumido en el delirio. ¿Por qué esas voces tan altas, por qué esos colores tan fuertes, a qué viene ese entusiasmo impostado, qué interés tienen esas chorradas que dicen, a qué viene tanto ruido y agitación? ¿Y a quién coño le importa si gana el Madrid o el Atlético, si el Gobierno gana o pierde las votaciones?

En fin, los afanes y logros del mundo, ese mundo inmenso del que temporalmente ha tenido que salir para instalarse en el mundo paralelo del dolor, le parecen muy pero que muy triviales. No puede permitirse el lujo de compadecer, las terribles noticias de la guerra le parecen nada más que un ejemplo más de la estupidez humana. Cuando suena el teléfono y algún amigo o pariente se interesa por su salud y pregunta cómo estás, etcétera, siente un fastidio inmenso y se propone no contestar la próxima vez.

Agotado, cierra los ojos y en la oscuridad ve bailar unas lucecitas, como fuegos fatuos, luces verdes, doradas, rojas que le parecen interesantes. Son los fosfenos. Quizá Dios me está enviando con ellos una señal, piensa, pero a Dios no se le ha ocurrido que no sé leer los puntos de luz. Son sólo efectos ópticos. Bueno, pero quizá Él se expresa con efectos ópticos…

En fin, estas son las cosas que en este momento están sintiendo y pensando miles de españoles.