En un día como hoy lo prioritario es acabar bien el año y esperar lo mejor del que iniciamos. Así, puestos a desear y sin caer en la estéril añoranza del mundo de ayer, esperemos que en 2024 avancemos por el camino de la decencia perdida.
Y aquí podríamos dejarlo, pues el día de Nochevieja mejor pasarlo bien y no liarnos en debatir qué entendemos por un mundo decente, una cuestión muy compleja y en la que difícilmente nos pondríamos de acuerdo. Sin embargo, durante el encierro de la pandemia descubrí una forma muy entretenida y sencilla de aclarar la duda, que querría compartir con mis lectores.
Así, de estar interesados en el asunto, aprovechemos el sopor dominante de estos días para, tumbados en el sofá ante la pantalla, ver a Charles Chaplin, en concreto su pieza maestra El gran dictador. Sin recurrir a lecturas de intelectuales de referencia, a menudo plúmbeas y nada clarificadoras, me resultó muy útil para concretar qué deberíamos entender por esa decencia colectiva a la que no podemos renunciar y, también, para comprender el porqué de la tragedia de hace 80 años y de la desorientación de nuestros días.
Tras un par de horas tan delirantes como cargadas de contenido, en su emocionante arenga final, Chaplin se refiere al contexto que llevó a la segunda guerra mundial --del que, por cierto, se perciben preocupantes parecidos con el de nuestros días-- para acabar exigiendo a las tropas que “luchen por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad”. Creo que todos podemos compartir esta explicación tan sencilla y certera de los fundamentos de una sociedad decente.
Confiemos en que este año nuevo aprendamos de las lecciones del pasado y de lo inmutable de la condición humana; la que también nos lleva a reunirnos y celebrar Nochevieja. Que tengan un gran 2024.