El Consejo Europeo del 14 de diciembre ha acordado –previa ausencia pactada de Viktor Orbán para salvar la unanimidad– el inicio de las negociaciones de adhesión de Ucrania, que había presentado la solicitud el 28 de febrero de 2022, a los cuatro días de la invasión por las tropas de Putin. Ucrania era candidata oficial desde el 23 de junio.
Menos de dos años desde la solicitud de adhesión a la fase de apertura de negociaciones; nunca en las siete ampliaciones de las Comunidades Europeas se había dado un proceso tan acelerado. Tampoco nunca hubo una candidatura tan fuera de lo común, Ucrania es un país en guerra y el candidato que menos cumple los “criterios de adhesión”, fijados por el Consejo Europeo de Copenhague en 1993 y completados por el de Madrid en 1995.
Recordémoslos: unas instituciones estables que garanticen la democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y el respeto y protección de las minorías; una economía de mercado en funcionamiento, capaz de hacer frente a la presión competitiva y a las fuerzas del mercado; la capacidad institucional y administrativa para aplicar de manera efectiva el acervo comunitario (más de 28.000 disposiciones); la capacidad de asumir las obligaciones y los objetivos de la Unión.
Ucrania no solo no cumple ninguno de los requisitos, sino que los incumple todos por activa.
Como se aduce en las conclusiones del Consejo Europeo, “la ampliación (a Ucrania y a Albania, Bosnia y Herzegovina, Georgia, Macedonia del Norte, Moldavia, Montenegro y Serbia) constituye una inversión geoestratégica en la paz, la seguridad, la estabilidad y la prosperidad” de Europa. Sin duda.
La ampliación al conjunto de candidatos hará que los términos “Europa” y “Unión Europea”, por fin, sean (casi) sinónimos; solo Noruega, Reino Unido y Suiza quedarán fuera de la Unión por voluntad propia, y puede que un día decidan unirse también a ella.
¿Está la Unión preparada para las adhesiones, cuenta con los recursos para los apoyos financieros a los candidatos durante el proceso de adhesión? Pues no, incluso se reconoce en las conclusiones.
La Unión tendrá que reformarse y dotarse de las disponibilidades presupuestarias para acoger a los nuevos miembros, centrando la reforma en el sistema de toma de decisiones, lastrado por la unanimidad en demasiadas cuestiones, unanimidad que debería reducirse al máximo en un giro federalista, si se quiere evitar la ingobernabilidad de una Unión de 35 Estados –la sustitución total de la unanimidad por mayorías, incluso muy reforzadas, aún es impensable–.
En el extenso apartado de las conclusiones dedicado a Ucrania se confirma “el apoyo inquebrantable” (el infierno está empedrado con apoyos inquebrantables quebrantados) “de seguir con un firme apoyo político, financiero, económico, humanitario, militar y diplomático”.
Ucrania, por ser la primera trinchera defensiva de Europa frente a los tanques de Putin, ha logrado unas condiciones excepcionales. Tanto es así que en las mismas conclusiones se precisa respecto a Bosnia y Herzegovina que “se iniciarán las negociaciones de adhesión una vez se haya alcanzado el grado necesario de cumplimiento de los criterios de adhesión”. Con Ucrania, manga ancha.
Ahora toca al Gobierno de Zelenski obrar para el cumplimiento de unos requisitos que, si de por sí son duros para cualquier candidato, para Ucrania –séase realista– son inalcanzables tanto por la guerra como por el hecho –poco mencionado– de que ha participado del “modelo ruso”, que impregnó hasta la raíz las estructuras y las mentalidades del país: oligarcas extractivos, un sistema judicial mediatizado por el poder ejecutivo y por los poderes fácticos, una tendencia a la autocracia y una altísima corrupción; según el Índice de percepción de la corrupción en el sector público, Ucrania en 2021 ocupaba el lugar 122 de 180 países analizados; Rusia, el puesto 136.
La dramática situación de Ucrania –la aparente normalidad de la vida en Kiev, interrumpida no obstante por frecuentes alarmas antiaéreas, es engañosa– deja los “criterios de adhesión” en papel mojado. El país se encuentra sujeto a la ley marcial, las instituciones están paralizadas y las estructuras administrativas funcionan casi solo para atender las necesidades de la guerra. Financieramente, el Estado ucranio no quiebra por las transferencias periódicas de la Unión.
La devastación provocada por la guerra necesitará una reconstrucción que algunas fuentes cifran en más de billón y medio de euros. La economía ucraniana no recuperará los bajos niveles anteriores a la guerra, en el supuesto de un improbable próximo alto el fuego, hasta 2030 o más tarde.
Esta es la realidad de Ucrania sin edulcoraciones compasivas. La adhesión exigirá mucha constancia reformadora a Ucrania, muchos recursos a la Unión que se detraerán de otras obligaciones y muchas excepciones de las reglas que perjudicarán a otros candidatos.
Kiev se halla aún muy lejos de Bruselas.