La palabra del año elegida por la Fundación del Español Urgente (Fundéu), de la Real Academia Española, es polarización. Dos acepciones del diccionario de la RAE se atienen a lo que representa el acto de polarizar; la tercera: “Orientar en dos direcciones contrapuestas”. Y la segunda: “Concentrar la atención o el ánimo en algo”.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le puso al sustantivo un adjetivo y, en la rueda de prensa de resumen del año, consideró que lo que ocurre en la política española es una polarización asimétrica, que definió así: "Aquí no hay sino gente que insulta y gente que somos insultados. Partidos que son asediados y líderes políticos que instan al asedio de esas fuerzas políticas". Y añadió: "Mi compromiso es que no vamos a entrar en ninguna de estas descalificaciones y responder al ruido con más ruido".
"No es aceptable el nivel de insultos y descalificaciones de la oposición de las últimas semanas. Debería ser reprochable que se diga que a un dirigente político le gusta la fruta, me parece deleznable el bajo nivel a que ha llegado la política”, remató aludiendo al juego de palabras que se ha utilizado para referirse al insulto de “hijo de puta” lanzado por Isabel Díaz Ayuso contra Sánchez.
El líder del PSOE tiene razón en que uno de los bandos, en este caso la derecha, polariza más que el otro, entre otros motivos porque está en la oposición y su misión es criticar al Gobierno, pero su observación pecó del triunfalismo que impregnó todo su discurso. Para que haya polarización tiene que haber dos "direcciones contrapuestas" y también desde el PSOE y desde el Gobierno contribuyen a que se cumplan esas condiciones.
La polarización no es nada nuevo. Proviene al menos del último mandato de Felipe González y de los dos de José Luis Rodríguez Zapatero, pero entonces se llamaba crispación. Crispar, según la RAE, es "irritar o exasperar a alguien". España, pues lleva años con una política crispada o polarizada y es uno de los países donde más se practica la descalificación del adversario junto a Estados Unidos, Argentina o Colombia.
El mejor ejemplo de polarización asimétrica, sin embargo, es el que cada año se repite en el discurso de Navidad del Rey. Aquí la asimetría es absoluta porque los partidos que descalifican a Felipe VI -sobre todo los independentistas y nacionalistas y la izquierda del PSOE- saben que el atacado no puede defenderse ni replicar a las críticas.
Este año, el discurso del Rey fue singular porque, en lugar de hacer un repaso de los problemas del año que acaba, se dedicó a reivindicar y defender la Constitución de manera monográfica. Hasta 12 veces citó la Carta Magna e instó a todos a conservar su identidad e integridad. "Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles: no hay libertades, sino imposición, no hay ley, sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad", dijo en el párrafo más destacado.
El discurso se salió, pues, de lo normal por su contenido y por su contundencia, pero las reacciones siguieron la pauta de cada año. La derecha del PP y Vox lo leyó como una condena de la amnistía, pese a que Felipe VI no la mencionó, y el PSOE lo interpretó como una defensa de la agenda social del Gobierno, pese a que solo enumeró los derechos sociales que "la Constitución ampara, garantiza y protege". En contradicción absoluta con el PSOE, la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz (Sumar), lo criticó precisamente por obviar "los derechos sociales y la vida cotidiana" y por hablar de polarización cuando, en opinión de la portavoz del partido, Marta Lois, la crispación se debe a la actitud de "la extrema derecha contra la democracia". Podemos le recriminó que no mencionara "el genocidio en Palestina".
Pero los partidos nacionalistas e independentistas se llevaron la palma. El PNV censuró que el Rey obviase las "discrepancias constitucionales", mientras que ERC y Junts vieron el discurso como una continuación del que pronunció el 3 de octubre de 2017, que en su momento interpretaron como una declaración de guerra.
Hay que estar ciego y sordo o situarse fuera de la Constitución para comparar ambos discursos y decir, como Pere Aragonés, que el Rey no se ha movido de 2017. Carles Puigdemont y Gabriel Rufián, mientras tanto, han seguido con sus alusiones a la "monarquía franquista" y sus gracietas en X (antes Twitter) que por repetidas ya no hacen gracia a nadie y se convierten en patéticas.
Más bien los que no se han movido son los dos partidos independentistas, que, pese al diálogo con el Gobierno, no dejan escapar ninguna oportunidad de recurrir a las hipérboles habituales.