Los negocios del veterano abogado Emilio Cuatrecasas no levantan cabeza desde hace un lustro. En ese intervalo, su patrimonial Emesa ha encajado un devastador boquete de 165 millones. Sólo el año último, el descubierto se multiplicó por diez.

La corporación desarrolla dos actividades principales. Una, la inversión en inmuebles. Y otra, la financiera. Esta última luce como máximo activo un paquete de títulos de Elior, gigante francés de los restaurantes, cotizado en bolsa.

El fajo procede de un trasiego transnacional realizado ocho años atrás. Consiste en que don Emilio, junto con los otros dueños de Áreas, empresa hispana del mismo ramo, la traspasaron por entero a Elior, a cambio de acciones de ésta.

Tal trueque significó valorar el lote del magnate en la formidable suma de 215 millones. Por él le tocó recibir 46 millones en efectivo, así como un 5% de Elior, cuya capitalización se cifraba entonces en 4.300 millones.

Las actuales cuitas del caballero se deben precisamente al derrumbe del consorcio galo, que se vio afectado sobremanera por el Covid y, en el aciago cuatrienio 2020-2023, registra un quebranto sideral de 1.200 millones.

La secuela es que el valor de Elior se ha desplomado a poco más de 700 millones. Por tanto, el grueso manojo perteneciente al jurista barcelonés experimenta un demoledor deterioro. Al cierre del pasado viernes, vísperas navideñas, ha adelgazado hasta los 36 millones.

Semejante descalabro ha impactado como un misil atómico en las cuentas de Emesa. Sólo en 2022 declaró unos números rojos de 27 millones. Fue el quinto ejercicio consecutivo teñido de ese color. En el mismo periodo, sus recursos propios se redujeron a menos de la mitad y ahora apenas alcanzan los 155 millones, tal como muestra la tabla adjunta.

EMESA CORPORACIÓN (en millones de €)

Año Resultado Fondos propios
2022 -27,7 155
2021 -2,6 197
2020 -57,1 200
2019 -68,1 237
2018 -9,7 306
2017 6,3 315

Cuatrecasas fundó el despacho que lleva su apellido en 1980. A la sazón era una prestigiosa gestoría de la Ciudad Condal de tamaño mediano, constituida por su abuelo a comienzos del siglo XX. El nieto le propinó un brioso impulso y la transformó en un bufete de altos vuelos, hasta el punto de auparlo a uno de los primeros puestos del escalafón español.

En 2011, la situación profesional de nuestro personaje dio un viraje en redondo. La fiscalía se querelló contra él por fraude tributario. Le acusó de cargar una serie gastos particulares a varias compañías de su órbita, con el obvio fin de eludir los impuestos correspondientes.

La divulgación del lance selló su final como jurisperito. Hubo de dimitir de mandamás del gabinete, vendió sus participaciones e hizo mutis por el foro.

Pactó con el ministerio público y abonó las multas. Le cayeron dos años de cárcel. No ingresó en ella gracias a carecer de antecedentes penales. Es un fenómeno harto conocido que por nuestras latitudes los ricos, sobre todo los muy ricos, nunca llegan a pisar la trena por asuntos dinerarios.

Cuatrecasas pasó a un segundo plano y no volvió a dar señales de vida. Pero eso se acabó. Después de muchos años de silencio, días atrás salió del ostracismo. Acudió al Círculo Ecuestre para pronunciar una conferencia ante un concurrido auditorio.

En ella relató sus andanzas vitales y laborales. El acto entrañó un palpable afán reivindicativo de su propia imagen. Ciertamente ha discurrido largo tiempo desde que saldó las cuentas con la justicia y satisfizo con creces la deuda con la sociedad.

Pero una cosa es ganarse el derecho al olvido y otra lanzar una huera campaña de autobombo. Ocurre que su holding Emesa atraviesa duros avatares. Así, pues, más le valdría aplicar todo el esfuerzo a taponar las vías de agua que su cuarteada fortuna tiene abiertas.