El coche eléctrico enchufable no acaba de despegar como les gustaría a las mentes pensantes que nos dirigen. Las ventas de coches solo eléctricos, esos que serán los únicos que se podrán vender dentro de 11 años, no llegan al 5%.

En términos de parque total rodante tienen el significado de una gota en el océano. Eso de tener que hacer números para saber si podemos salir a cenar o no a un pueblo vecino el sábado por temor a quedarnos colgados en el viaje de regreso no gusta mucho, especialmente si nos hemos gastado una millonada en un coche.

Nos hemos tirado en brazos de una tecnología inmadura por culpa de unas mentiras mal gestionadas. Para reducir las emisiones, e incluso llevarlas a cero, hay otros caminos más seguros y menos caros, solo que la credibilidad de los fabricantes de coches es menor incluso que la de nuestro presidente del Gobierno cuando dice que no va a hacer algo minutos antes de su enésimo cambio de opinión.

Más allá del excelente márketing que rodea a Tesla y a su creador haciendo que esta compañía valga en bolsa 12 veces lo que vale el líder mundial, Volkswagen, sus coches, como todos los eléctricos, presentan problemas de autonomía en temperaturas extremas o de desgaste de la batería al cabo de cierto número de descargas, lo mismo que les ocurre a nuestros teléfonos. Además, comenzamos a ver incendios de coches por accidente y son imparables, un coche eléctrico que comienza a incendiarse acaba en siniestro total.

El powerpoint y el laboratorio están muy bien, pero los coches se mueven en ocasiones en situaciones extremas y es en esos momentos cuando más los necesitamos. Por si fuera poco, el uso que le da cada conductor es muy variado, lo que añade complejidad a los modos de respuesta de un coche.

Un taxista español exprime su coche como no lo hace un taxista alemán, que lo renueva cada año gracias a las políticas de renting de las marcas alemanas de lujo. No hay batería que aguante el ritmo de nuestros taxistas, como ya lo está experimentando más de uno, frustrado por los problemas técnicos y por un servicio posventa que no está pensado para ese tipo de conductores, algo que es más que normal en una empresa que está comenzando. Pero la no disponibilidad de un coche para un taxista significa menos ingresos que nadie le compensa.

Todas las incertidumbres que tiene el consumidor se trasladan a los fabricantes porque ven que sus planes de electrificación no son tan rápidos como esperaban, echando la culpa, con cierta razón, a la falta de infraestructura de carga.

Los más listos, como Renault, han puesto una vela a Dios y otra al diablo, creando dos divisiones, Horse y Ampere, para gestionar los dos mundos, el del motor de combustión interna y el del motor eléctrico. Otros, como Ford, están todavía inmersos en un mar de dudas que se traduce en ralentización de inversiones y en probables cierres de plantas si no es que incluso decida abandonar Europa.

Ante tal confusión, y derroche, aparecen signos de esperanza. Por un lado, algunas geografías, como la británica, comienzan a mover fechas, y son más que probables una o varias prórrogas, también en la fundamentalista Europa ya que ni Alemania ni Francia son amigos, en general, de suicidarse. Pero lo que es más importante, ya se abre, aunque sea tímidamente, la puerta a otras tecnologías con la introducción de combustibles sintéticos de “emisiones netas cero” y eso es una excelente noticia.

Pero lo que puede cambiar el guion woke, y como todas las buenas noticias que rompen los guiones ha pasado de puntillas, es que parece cada vez más realista el uso de amoniaco como combustible, lo cual unido al hidrógeno y a los combustibles sintéticos puede dejar al coche enchufable en un invento del pasado.

Los casi 140 años de la industria automovilística demuestran una evolución increíble, pero nunca ha habido una revolución movida por los burócratas de Bruselas (o ñoquis usando el magnífico término argentino para los que cobran del erario sin aportar valor). Si no ponen trabas, que las pondrán, el motor de nitrógeno presentado recientemente por Toyota puede llevarnos a emisiones cero usando los catalizadores adecuados. No estamos tan lejos para darnos una gran alegría.

Nuestro sistema eléctrico usa cada vez más energía renovable y por eso necesita invertir mucho en almacenamiento, pues no siempre hace sol o viento. Más nos valía concentrar los esfuerzos de inversiones en las baterías que tienen que regular nuestra red eléctrica en lugar de esforzarnos en hacernos conducir coches más caros y peores que los actuales.