Los catalanes no queremos que el dinero de nuestros impuestos sirva para mejorar la calidad de vida de otras regiones de España, que nuestros euros son solamente nuestros y aquí se tienen que quedar. Que se jodan en Extremadura o en Galicia, haber sido ricos. A eso le llamamos expolio fiscal, en una curiosa manera de referirse a la redistribución de los recursos, que esa y no otra es la base y razón de ser del sistema impositivo.

Ahora bien, si se trata de traer a Cataluña agua de otras partes de España, entonces reclamamos solidaridad e incluso la exigimos. El propio Pere Aragonès reclamaba hace pocos días que Cataluña abandonara el régimen común de financiación y adoptara el suyo propio, al estilo del País Vasco y Navarra, y al poco tiempo casi exigía que las regiones españolas que tienen más agua, la manden a Cataluña.

Aquí somos solidarios cuando a nosotros nos beneficia, y dejamos de serlo cuando nos cuesta ni que sea un euro, los catalanes somos así, y no vamos a cambiar por más que la razón nos dé la espalda. En nosotros se da a la perfección el consejo bíblico de que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda, ya que mientras con la derecha afanamos todo lo que podemos -hoy agua, mañana Dios dirá- con la izquierda le hacemos la peineta al iluso que se le ocurra pedirnos algo, lo que sea. Lo nuestro es solo nuestro y lo de los demás es de todos, es nuestro lema vital.

Con unos políticos normales, el caso del agua tendría que servir para que se diesen cuenta de que formando parte de España nos va mejor que por nuestra cuenta, puesto que lo que uno necesita, tal vez a otro le sobre, hoy por mí, mañana por ti. No va a ser así, por supuesto, ya que de políticos normales andamos en Cataluña más escasos que de agua, con el agravante que de eso no tienen en ninguna parte de España algún excedente para mandarnos.

Aunque sea para mostrarnos su desvergüenza, es bueno que Pere Aragonès se haya dado cuenta de que la escasez de agua es un serio problema para Cataluña. Su antecesor en el cargo, Quim Torra, conocido no precisamente por sus muchas luces, se hubiera limitado a parafrasear a María Antonieta al enterarse de la falta del líquido elemento.

 -Pues si el pueblo no tiene agua, que beba ratafía- y le habría continuado dando a la botella, para dar ejemplo.

Cuando conviene, el lema España nos roba se transforma en España tiene que darnos agua, els carrers seran sempre nostres en l’aigua d’Espanya serà sempre nostra. Para la actual clase política, los catalanes somos españoles cuando se trata de recibir, y somos una nación cuando se trata de dar. Sería bonito saber qué piensa del asunto un agricultor gallego a quien un día le calificamos poco menos que de parásito que quiere vivir de los impuestos que pagan los catalanes, y al día siguiente le solicitamos su agua. Se la solicitamos altivamente, por supuesto, para que vea quien manda aquí.

Deberán andarse con cuidado quienes accedan finalmente a ofrecer su agua a los catalanes, aquí tenemos por costumbre tomar todo el brazo cuando nos ofrecen un dedo, y si un día es necesario que los españoles mueran de sed para que nosotros podamos regar campos de golf y llenar piscinas, así va a hacerse. Si estuviera en nuestra mano dejar sin una sola gota de agua al resto de España para que nosotros vivamos cómodamente, no dudaríamos ni un momento. Y si, en ese supuesto, ilusos ellos, los españoles nos imploraran, por caridad, unas gotitas de agua, les recordaríamos que lo nuestro es solo nuestro y no se comparte. Por algo somos el pueblo elegido. Sediento, pero elegido.