Francisco de Guzmán y Pimentel es el valido más conocido de España, aunque para identificarlo con todas las de la ley debería añadir su título nobiliario: conde-duque de Olivares. El conde-duque era la mano derecha de Felipe IV, más preocupado por cosas mundanas, y se encargaba de la política como se puede ver en la incomparable comedia histórica El rey pasmado, con Gabino Diego de rey y Javier Gurruchaga de conde-duque. Y no le fue mal al rey.
Esa era la clave. El valido era una figura del Antiguo Régimen y la clave de su papel era que debía ser válido al rey. No fue exclusiva de España –Álvaro de Luna, marqués de Villena, duque de Lerma, duque de Uceda o Baltasar de Zúñiga, entre otros–, sino propio de las monarquías absolutistas de la época. Los cardenales Richelieu y Mazarino en Francia o el duque de Buckingham en Inglaterra son archiconocidos gracias a Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas.
Las comparaciones siempre son odiosas, pero en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez emerge la figura de un valido en la persona de Félix Bolaños. Es un simple ministro, pero tiene más poder que una vicepresidencia. Controla las relaciones con las Cortes, influencia en el legislativo; Presidencia, influencia directa en el Ejecutivo a través de la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios; y Justicia, influencia en el poder judicial.
Por si fuera poco, como los viejos validos, es la trinchera, la última trinchera, del presidente en una legislatura que se augura conflictiva con la derecha, con los socios y con la izquierda podemita que está afilando la guadaña al ser expulsada del Ejecutivo. A Bolaños se le acumula el trabajo y deberá multiplicarse. Proteger al presidente, lidiar con la revuelta de los jueces, ser el cordón umbilical con Europa por la ley de amnistía, mantener la unidad de los socios en la negociación de la ley en el Congreso de los Diputados, hacer equilibrios en las diferentes iniciativas legislativas, tutelar la renovación del Consejo General del Poder Judicial y afrontar el sinfín de sinsabores cotidianos que se avecinan.
Dice el dicho que quien mucho abarca poco aprieta, pero Félix Bolaños ha consolidado su poder en la Moncloa, en el PSOE y en el conjunto del Ejecutivo. No siempre acierta, es humano, pero para Pedro Sánchez o, mejor dicho, a juicio de Pedro Sánchez, su papel le es válido. Por eso concentra más poder que cualquiera de las cuatro vicepresidentas y su influencia en el Gobierno es innegable.
Sin embargo, tener todo el poder tiene sus riesgos porque los frentes se acumulan y no vienen en fila de uno, suelen venir en manada y al galope. El nuevo “superministro”, el nuevo valido, tiene experiencia acreditada desde los tiempos de Oliver y Benji –como les llamaban en la Moncloa a la pareja Bolaños e Iván Redondo– y la ha acrecentado en la negociación de la investidura. Tiene sus puntos negros como la reforma laboral o la brillante idea de la moción de censura en Murcia que despertó el ayusismo y deterioró el poder territorial socialista.
Además, la oposición de derecha y de extrema derecha se dedicará a deteriorar su imagen día sí y otro también porque le darán patadas a Sánchez en el culo de Félix Bolaños. De entrada, han sacado las hachas y se han regodeado en la fusión de las carteras de Presidencia y Justicia. Dicen que es una injerencia en el poder judicial. Este modelo es el de Ayuso en Madrid y lo fue desde 2009 el de Feijóo en Galicia y ahora lo repite el presidente Rueda.
El nuevo ministro en su toma de posesión ha izado la bandera del diálogo y también de la firmeza. Dialogar, sí; hacer, también. En su favor, Bolaños siempre está en guardia, tiene equipos sólidos y es extremadamente meticuloso. En contra, que es muy taimado de sí mismo y, en política como en tantas cosas, es buen consejo no menospreciar al contrario. Tiene cuatro años para demostrar que es un valido válido.