Afirmó Edward Gibbon, en su inmortal Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, que la época de la dinastía Antonina (o de los “cinco emperadores buenos” como les llamó Maquiavelo: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio) fue “la época más feliz de la historia de la humanidad”.

De hecho, nos encontramos con una etapa de la historia romana en que se sucedieron, de forma consecutiva, célebres y preparados emperadores (en lo militar y en lo intelectual), aunque la denominación “antonina” se debió en exclusiva a Antonino Pío (originario de Nimes, Francia, país con una consolidada, y hegemónica en su momento, tradición historiográfica, obviándose a España, de donde eran originarios por nacimiento Trajano y Adriano, y por orígenes familiares también Marco Aurelio, de Espejo, Córdoba).

Sobre todo por sus Meditaciones (mi libro de cabecera), aunque ayudado por sus “apariciones cinematográficas” (véase a Richard Harris en Gladiator o a Obi-Wan, es decir, Alec Guinness en La caída del Imperio romano) es especialmente célebre Marco Aurelio, quien cumpliera el ideal platónico de ser un “emperador filósofo”, un basileo ilustrado, capaz de saber degustar la alta filosofía, teniendo a grandes referentes como Epicteto o a su maestro Frontón, sin caer en la banalidad cotidiana y la incompetencia constante.

Aunque las crónicas políticas coetáneas (qué decir de las actuales) son por definición sospechosas, es una constante histórica afear al divino Marco romper la tradición de escoger como sucesor, previa adopción, al más apto (Adriano, por ejemplo, nombró heredero a Antonino Pío, a condición de que adoptara este a Marco Aurelio), dejando el Imperio en manos de su hijo (hay quien duda de si biológico o producto de una aventura con un gladiador por parte de su esposa, Faustina) Cómodo. En cuasi todo lo demás, Marco Aurelio está considerado como uno de los más célebres, y capaces, dirigentes de la historia universal. Capaz de llevar la ilustración y la alteza de pensamiento hasta el trono imperial.

Cuanto menos osado, aunque interesante, fue el experimento distópico y utópico de Charles Renouvier (a finales del siglo XIX) en su Ucronía, planteándose qué hubiera pasado si la rebelión del general Avidio Casio contra Marco Aurelio hubiere triunfado (prohibiéndose el Cristianismo en Occidente). Este clásico de la “utopía distópica” (que no ciencia ficción) es un experimento caprichoso, más cuando, incluso, por más que haya autores como Fray Antonio de Guevara (en su Relox de Príncipes, obra realizada en tiempos del emperador Carlos V) que encontraran en Marco Aurelio un ejemplo de virtud cristiana, se duda de si el césar no fue un perseguidor de los fieles a Cristo (piénsese en los célebres mártires de Lyon), así lo sostuvo Fraschetti.

Este artículo encuentra un fundamento inmediato: las recientes afirmaciones de Mary Beard (historiadora clásica de moda y Premio Princesa de Asturias 2016), con motivo de su última publicación editorial, tildando a Marco Aurelio de “brutal conquistador que no tiene nada que enseñarnos en los tiempos actuales”. Sierva de la ideología imperante, lo woke no debiera impregnar todo resquicio de estudio serio, aunque sea divulgativo.

De hecho, especialmente crítico con los postulados woke ha sido el presidente Obama cuando afirma tener la sensación de que “ciertos jóvenes en las redes sociales creen que la forma de generar el cambio es juzgar lo más posible a otras personas”. Descontextualizar en pro de lo políticamente correcto es un nuevo camino hacia la irrelevancia intelectual, abonando el terreno de la insignificancia.

Marco Aurelio mostró al mundo que una forma de alcanzar la inmortalidad es buscar la virtud y tener por oficio reflexiones y argumentos, no meros dogmas basados en los prejuicios. Edmund Husserl insistió en la necesidad de poner entre paréntesis los prejuicios para poder contemplar la realidad, aunque esta sea histórica, añado. La historia se falsea y manipula, como si no hubiere nada presto al argumento, ajeno a la ponzoña del prejuicio.

¡La sociedad del Big Data por supuesto que tiene que aprender mucho de Marco Aurelio, así como del resto de textos clásicos! Sostener la bandera del prejuicio será rentable en ventas, pero falto en argumentos. Si se me permite, aunque pueda sonar a anticuado, somos víctimas (yo incluido por generación y edad) de la inmediatez y la banalización del esfuerzo. Pudiendo hartarse de gladiadores y bacanales a Marco Aurelio le dio por filosofar, por ser un “político formado intelectualmente” (especie que hoy rivaliza en escasez con el lince ibérico), y es que, como dejó escrito el divino Marco: “El objeto de la vida no es estar en el lado de la mayoría, sino escapar de formar parte de los insensatos”.

El que tiene una madre y una madrasta cuidará a esta última, pero volviendo a la primera, dijo Marco Aurelio, que para él fue la filosofía. Quizá debamos reflexionar sobre si de verdad nuestra sociedad no está falta de meritocracia y sobrada de sobreexcitación y prejuicios sin fundamento. No hay dicha sin esfuerzo ni libertad si impera la inquisición del prejuicio. Como diría Marco Aurelio: “Comenzar es la mitad del trabajo, comienza nuevamente con la mitad restante, y habrás terminado”…