Casa Tarradellas, la conocida industria cárnica, ocupa un lugar descollante entre las mayores empresas catalanas de capital familiar. Además, encierra la particularidad de que en el momento de constituirla, de ello pronto hará medio siglo, su fundador Josep Terradellas arrancó literalmente de cero.
Le secundó en la aventura su consorte Anna Maria Falgueras. Ambos ejercían a la sazón de granjeros en el municipio de Gurb, justo al lado de Vic, genuina representante de la Cataluña más profunda.
Josep presenta un perfil periodístico muy bajo, al estilo de otros capitostes corporativos de la región. Siente tal fobia a la publicidad y el autobombo, que no bautizó la compañía con su apellido, sino que cambió tan pancho la “e” por una “a”.
Jamás ha concedido entrevistas a los medios. Y presumiblemente no abriga la intención de desterrar semejante costumbre. Una de sus escasísimas apariciones públicas ocurrió en 2008, con motivo de un congreso de la asociación de fabricantes y distribuidores Aecoc.
En ese singular encuentro pronunció una conferencia. Entre otras cosas, aseveró: “Mi esposa y yo éramos jóvenes, sin dinero, pero queríamos hacer algo más que de payeses. Apostamos por lo que ahora llaman innovación, pero era muy difícil diferenciarse de los 4.000 fabricantes de embutidos que por entonces había en España. Hoy superamos los 500 millones de giro anual a base de vender chuminadas, cosas que cuestan poco dinero”.
Terradellas se fijó desde el principio dos objetivos distintivos, a saber, la calidad y la tecnología. Durante su dilatada carrera ha propinado varios sonoros golpes renovadores. El primero de ellos aconteció en los albores de los años 80, cuando lanzó el fuet “Espetec”, que hizo y sigue haciendo fortuna.
El segundo sobrevino a finales de los 90. Abordó la elaboración de pizzas refrigeradas. Se trataba de un alimento todavía inédito en las estanterías de las tiendas, pues lo que primaba por esas fechas eran las congeladas.
El tercer hito catapultó su emporio hasta el cielo. Consistió en el logro de un acuerdo con el gigante de los supermercados Mercadona para abastecerle de pizzas, lonchas y otros artículos similares, tanto con su marca como con la de Hacendado.
Casa Tarradellas se centró desde sus orígenes en el mercado nacional. Su dueño era reacio a salir al exterior. “Tenemos todos los huevos en la misma cesta; pero, eso sí, los contamos todos los días”, proclamó con humor.
En 2019 dio un volantazo y cambió de estrategia. Adquirió al coloso suizo Nestlé por la nadería de 390 millones, el 60% de Herta Foods. Este consorcio manufactura salchichas, jamón de york, fiambres, bases de pizza y masas de hojaldre, que expende en Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica e Irlanda.
Así, de una tacada, los tentáculos de Tarradellas se alargaron hasta vastos territorios de Europa occidental. Gracias al trasiego, su consorcio con Herta ronda ahora unas ventas de 1.900 millones, con 1.550 en activos y 800 en recursos propios.
Este último guarismo refleja una realidad cristalina. Josep siempre albergó una visión patrimonialista, común en las gentes del campo. Consiste en guardar como oro en paño los excedentes generados, para luego reinvertirlos. Por tal motivo, nunca repartió dividendos.
El consejo de administración de la firma ausetana se compone del patriarca y su cónyuge, que ejercen de presidente y vicepresidenta respectivamente. Figuran como vocales sus hijos Anna, Núria y Josep, más el asesor Conrad Blanch Fors, ingeniero químico y exprofesor de finanzas de Esade.
Tal como prescriben los usos hereditarios vernáculos, el hijo varón está llamado a tomar el relevo en un futuro próximo. De momento, ya empuña las riendas de la gestión en su calidad de director general del grupo. Éste celebrará dentro de tres años sus bodas de oro.
El cuartel general de Gurb, en la antigua Nacional 152, recibe el mote de “la catedral” por sus espectaculares dimensiones.
La comarca de Osona tiene una bien ganada fama de dinamismo productivo. Son numerosos los hombres de negocios de la zona que amasaron conspicuos caudales. Antaño procedían de la piel y los curtidos. Pero las sucesivas recesiones cribaron el sector hasta dejarlo reducido a escombros.
El relevo lo han tomado por todo lo alto los magnates del embuchado. Van encabezados por los amos de mataderos y salas de despiece de porcino. Se les conoce como los “aristocárnicos”, por la exuberancia de los fondos que manejan. De ellos, Terradellas se ha erigido en un potentado a escala peninsular. Es el capo de todos los capos, el número uno indiscutido.