Hay semanas que pueden ser buenas y malas a la vez. Esta ha sido buena porque ha sido mi cumpleaños y vivir un año más en este planeta loco siempre es motivo de celebración, especialmente cuando soplas velas rodeada de gente que te quiere y no te falta de nada, pero ha sido mala porque he suspendido una parte del trabajo de grupo de una asignatura de la UOC que es un rollo patatero, y encima me ha llamado la doctora del CAP para comunicarme una noticia poco alentadora sobre mi salud. En fin, qué se la va a hacer. La vida continúa y la medicina progresa cada día, así que mejor disfrutar del momento y no agobiarse por problemas que todavía no existen. Carpe diem. Qué fácil es decirlo, qué difícil es practicarlo, pero, cuando ocurre, uaaau, es magia.
Carpe diem es lo que sentí el sábado pasado en casa de un amigo celebrando el cumpleaños de su hijo pequeño. Me pasé la tarde jugando con los niños: pintamos, montamos un tren de madera, jugamos al escondite y, finalmente, hicimos un montaje teatral en el salón inspirado en el cuento de Los tres cerditos. Mi hijo quería ser siempre el cerdito mediano, el de la casa de madera, mientras a mí, incluso después de haber visto mi escasa capacidad pulmonar para inflar globos de La Patrulla Canina, me asignaron el papel de lobo.
“¡Soplaré, soplaré, y la casa derribaré!”, iba gritando por el salón, lanzando cojines al aire, mientras mi amigo, refugiado en la cocina, entornaba los ojos. “Bueno, què, fem un pensament?”, dijo, insinuándome muy educadamente que ya era hora de empezar a recoger. Consulté el reloj: las nueve y cuarto de la noche. La tarde se me había pasado volando. Estaba afónica. “Sí, sí, ya nos vamos”, respondí dándole la razón.
Antes de acostarme le envié un mensaje para disculparme, “con los niños me lo paso tan bien que pierdo el control del tiempo”. Él se disculpó también (a pesar de que ya me había avisado un par de veces de que era tarde y yo, que voy a la mía, no me enteré) reconociendo que tenía miedo de que sus hijos no descansaran suficiente y empezaran la semana arrastrándose por los suelos. Quizá tuviera razón. El lunes, mi hijo se quedó dormido en el suelo de una tienda poco después de salir del cole y no se despertó hasta la mañana siguiente. El suyo, tres cuartos de lo mismo. Carpe diem.