Vivo hace 10 años en la calle de la Amnistía. Es una vía sin pretensiones en el Madrid de los Austrias, un oasis con poco turismo. Mi calle, bautizada en memoria de los indultos que concedió el rey Fernando VII, está junto a las de Independencia y Unión. Las tres han cumplido más de un siglo. No son un capricho de hoy, aunque, cuando doy mi dirección, muchos creen que bromeo. Todo lo contrario. Vista la multitudinaria concentración del sábado en Cibeles y sabiendo que vendrán otras, la próxima legislatura de Pedro Sánchez no estará marcada por la unión ni por los pactos de Estado.
De momento, nuestra calle se ha llenado de curiosos visitantes. Gonzo, periodista de Salvados, llevó al republicano Oriol Junqueras a pasear por el barrio. Se plantaron ufanos en el chaflán de Amnistía con Independencia. Dos por uno. En esa esquina, en realidad, se rememora el levantamiento del 2 de mayo de 1808 de los españoles contra los franceses. Los del primer piso de la finca han colgado una rojigualda bien grande, que no se vio en el reportaje. “¿Amnistía o Independencia?”, preguntó el reportero. Junqueras escogió pasear por la calle que lleva a la secesión. Lo del olvido es cosa de Puigdemont.
El presidente de ERC se muestra tremendamente amable en las televisiones estatales mientras defiende la unilateralidad (o sea, saltarse la ley) y, a la vez, exige diálogo. En su último viaje a la capital del reino reafirmó el deseo de Cataluña (la suya, claro) de independizarse de España. Ya lo hicieron, explicó, las naciones latinoamericanas. Y así, sin dejar de sonreír, convirtió a Cataluña en la colonia que nunca ha sido.
La amnistía de 1820, la del Trienio Liberal, sirvió para que volvieran a España intelectuales y políticos que querían cambiar el pensamiento y modernizar el país. Entre ellos estaba José de Espronceda, poeta, además de diputado en Cortes. Las tertulias literarias se llenaron de románticos y desesperados intelectuales liberales como él, Bretón de los Herreros o Mariano José de Larra. Siempre que tuerzo por la calle de Santa Clara, también del vecindario, presento mis respetos ante la placa del edificio donde habitó Fígaro. Al poeta romántico, nacido en una familia afrancesada, le dolía España, pero nunca quiso separarse de ella. Si se pegó un tiro fue por amor.
Últimamente, los catalanes que se acercan por la villa y corte parecen llegados de otro mundo. Lo ignoran casi todo de la historia de España. Esa falta de conocimientos sobre el pasado común es más evidente entre las jóvenes generaciones. No les han hablado de los pactos de la Transición o de aquella amnistía que se aprobó para olvidar una dictadura de 40 años.
¿Qué pasado estudian en los colegios catalanes? El de una Cataluña artificialmente separada del resto de comunidades. El separatismo lleva años loando la Edad Media, el Imperio carolingio y aquellos condados de señores feudales llamados Wifredos, Berengueres y Borrells. Incluso decidieron confundir la guerra de sucesión de 1714 con una nunca librada guerra de secesión. El archiduque Carlos de Austria, ayudado por los ingleses, luchó contra las tropas de Felipe V y sus aliados franceses. Perdió. Quería el trono de España, no la independencia de Cataluña.
Aquella fue una batalla dinástica. Como también lo fueron las sucesivas guerras carlistas. Los tradicionalistas catalanes, valencianos, vascos y navarros se enfrentaron, primero, a la reina regente María Cristina; luego, a la reina Isabel, hija de Fernando VII. No eran republicanos ni monárquicos moderados, sino ultraconservadores. Querían volver al viejo régimen. Apoyaban a sus monarcas al grito de “Dios, patria, fueros y rey”.
Antes del último verano, el de las elecciones generales, el sobrino de una amiga viajó a Aragón para celebrar el fin de curso. A la vuelta, preguntó: “¿Por qué usan los aragoneses la bandera catalana, la senyera?”. Le explicaron que las cuatro barras son las de la Corona de Aragón, a la que pertenecía, entre otros, el condado de Barcelona. No daba crédito. El independentismo reconstruye y subvenciona su particular nueva historia.
No veo adónde se dirige el sanchismo. Pero, antes de que el populismo político aumente y se convierta en frentismo, les aconsejo que, si van por Madrid, se acerquen al cruce de Amnistía con Unión. Allí se encuentra la taberna Anda Jaleo. Ponen buena música y dan un plato del día para chuparse los dedos. En la barra, frente a un altarcito al gran Camarón, pídanse un vino de la tierra y brinden para que, en España, lo que está ocurriendo no pase de un alboroto.