Como a la mayor parte de la humanidad, no me gustan demasiado los hospitales. No me gusta el olor que hacen –mezcla de desinfectantes, medicamentos, antisépticos y productos químicos varios–; sus salas de espera de paredes blancas, donde puede hacer tanto un calor que te mueres como un frío que pela; la luz blanca y fluorescente de los mostradores de planta, el pitido constante de las máquinas, las incómodas sillas de plástico junto a la cama.
Recuerdo que cuando mi padre estuvo ingresado en Can Ruti –hace exactamente siete años– se quejaba de que por las noches le costaba dormir porque desde su habitación se escuchaba todo lo que ocurría en su planta. Pero también recuerdo las sonrisas de las enfermeras que me reconocían por el pasillo, la profesionalidad y amabilidad de los médicos y cirujanos a la hora de explicarnos cómo había ido cada intervención.
“Nosotros siempre decimos que la humanización de los espacios sanitarios depende en un 80% del equipo médico-sanitario, pero el otro 20% restante queda en manos del espacio, de la arquitectura. Y ese 20% es nuestro 100%”, comentaba la semana pasada Patricio Martínez, cofundador de PMMT, un estudio de arquitectura barcelonés especializado en el desarrollo de espacios sanitarios por todo el mundo. Él y su socio, Maximià Torruella, presentaron en la librería La Capell un libro titulado Humanización de la arquitectura sanitaria. Una guía de diseño para el bienestar, que nace con el objetivo de guiar a profesionales de la salud a crear entornos de bienestar en instalaciones sanitarias.
¿Más ventanas? ¿Poner plantas en la sala de espera? ¿Música en los pasillos? ¿Zonas de coworking? El equipo de PMMT ha dedicado dos años a “poner orden” a toda la información y conocimiento existente con relación a la humanización de centros sanitarios –la bibliografía incluye artículos y libros sobre arquitectura, psicología, neuroarquitectura, arte y teoría del color– y los articula en torno a tres necesidades básicas a la hora de generar bienestar.
La primera es la conexión, es decir, la necesidad del ser humano de conectar su cuerpo con el entorno mediante los sentidos: el olfato, la audición, la vista… o el propio ciclo circadiano. “Es importante generar luz cálida durante el día, y bajar la intensidad por la noche”, explicó Martínez. “De noche, mejor no tener los focos deslumbrando el pasillo, ya que entonces los profesionales no se dan cuenta de que es de noche y hablan alto, lo que es poco sensible al descanso de los pacientes”.
La segunda es la necesidad de empatía con las sensaciones que generamos en un entorno sanitario: angustia, aburrimiento, ansiedad, soledad, tristeza… “En paliativos podríamos intentar crear espacios donde sea fácil teletrabajar, para que el acompañante pueda pasar más tiempo”, explicó Martínez.
El tercer requerimiento sería la dignidad. “Tienes que sentir que el espacio que te recibe está preparado para recibirte, que quiere recibirte…”, dice. Un ejemplo: la accesibilidad universal. “Si un paciente ciego encuentra braille en el ascensor, pero cuando sale tiene que espabilarse solo, nunca entenderá que el espacio está preparado para él”. Otro ejemplo: la privacidad. “¿No estaría bien habilitar más espacios para contar una mala noticia, o que eviten que el médico vea cómo te vistes o desvistes?”, sugirió el arquitecto. Un tercer ejemplo: romper con la intimidante jerarquía. ¿Y si cambiamos la mesa rectangular de la consulta por una mesa redonda, donde se sienten juntos paciente, médico y familiar, como si fueran un equipo?
Una innovación original de PMMT es la llamada “habitación empática”, que implantará en el nuevo hospital Evangélico de Barcelona, en Poblenou. Se trata de una habitación doble que, a diferencia de las tradicionales, tiene las camas contrapuestas y dos cortinas en medio, una para cada paciente, para que puedan cerrarla o abrirla en función de las ganas de socializar o de tener más intimidad. También permitirá que los dos pacientes puedan mirar por la ventana, un lujo que mi padre pudo disfrutar (le tocó la cama junto a la ventana), pero su compañero de piso no. Puedo asegurar que, si no hubiera sido por la simpatía de enfermeras y médicos, y por las fabulosas vistas del atardecer sobre Barcelona desde la planta 8, la estancia en Can Ruti hubiera sido mucho más dura.