No hay cosa más triste que entrar en una fiesta y que nadie te haga caso, que nadie repare en ti. Te acercas a un círculo, intentas intervenir en la conversación y te sonríen, con una cortesía meramente protocolaria, y a renglón seguido se vuelven de espaldas y siguen hablando de sus cosas.

Te acercas a otro círculo, y lo mismo. No eres popular, está claro.

Acabas en un rincón, deprimido y amargado. Vaya fiesta más birriosa.

Esto me parece que es lo que le ha pasado al señor Aragonès en el Senado, el jueves pasado. Va, habla ante la Comisión General de las Comunidades Autónomas, dice sus cosas, y luego ni le dan la réplica ni en la prensa se le reprocha nada. Previéndolo, previendo esta falta de aprecio, Aragonès ni siquiera se quedó a escuchar los discursos ajenos. No le interesa lo que digan los demás, sino sólo lo que él tiene que decir.

Bueno, se vuelve a Barcelona y no hay ni una triste claque que le aplauda a pie de AVE.

Ya me perdonará el señor president, se lo digo con el máximo respeto, pero todo esto que ha hecho me parece un poco tonto, una pérdida de tiempo y un despilfarro del dinero de los contribuyentes, que son quienes han pagado su estéril viaje, casi tan ridículo como aquel que hizo su predecesor, Quim Torra, a Washington en 2018.

Fue al Smithsonian Folklore Festival, en el Museo de Historia Afroamericana, montó un pollo contra el embajador de España, señor Morenés, que estaba pronunciando una perorata que no le complacía, se levantó indignado de su mesa y salió con su séquito a los jardines, donde organizaron un castell y bailaron y cantaron unas canciones regionales. Hay imágenes penosas de aquella kermesse.

Luego, intentaron volver al museo, pero un bedel les cerró el paso, no les dejó entrar, por alborotadores. Menudo bochorno.

Al president de la Generalitat le paró un bedel. Parece que siempre es así. También en 1926 la invasión del teniente coronel Francesc Macià y su temible ejército del Estat Català, que quería proclamar la república catalana en Olot, fue interceptada y desarticulada en Prats de Molló por un par de gendarmes.

Luego Macià se fue a pedir dinerito a los bolcheviques, siempre estamos en las mismas.

Ahora Aragonès ha ido al Senado a decir cosas sin duda muy fuertes. Pero no se han molestado en ir a escucharle ni los presidentes de comunidad socialistas ni el vasco, y nuestro president se ha ido sin pararse a escuchar a los conservadores, que por lo menos sí estaban allí presentes, y le han replicado in absentia, pero en un tono francamente cansino y como por obligación. Parecían estar allí sólo para fichar y cobrar el plus de turno.  

Pobre señor Aragonès, desplazarse a la odiosa Madrid para esto, y que Madrid no se haya enterado. No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Ahora lo penoso es que su desafío senatorial no lo critiquen los periodistas de la derecha, que no se escandalice el facherío, que los separatistas, los suyos, no le admiren por su tremendo arrojo, y que la gente de bien, a la que la política le importa más bien poco, no se preocupe. Es como si hubiera hablado para nada.

Se volvió a la estación de Atocha con semblante muy desafiante y los puñitos apretados, preparado para responder a la ofensa de cualquier provocador. Pero nadie le reconocía. Mirando su billete, la azafata sólo dijo: “Vagón 8, asiento 12 B. Siguienteeee”.

Devuelto a Barcelona sin incidentes reseñables de ninguna clase. Al final del trayecto sus guardaespaldas se habían dormido, y tuvo que despertarles con unas palmaditas en las rodillas, mientras decía:

--Ei, nois, que ja som a Sants.