La intervención, el jueves, en el Senado de Pere Aragonès fue un monólogo en el que el presidente de la Generalitat expuso, sin novedad alguna, sus posiciones políticas sobre Cataluña y en particular sobre las reivindicaciones de la amnistía y del derecho de autodeterminación.

Pese a que desde el principio Aragonès habló de la “Cataluña de todos”, sus palabras desmintieron esa afirmación. El presidente de todos los catalanes volvió a hablar en nombre de solo una parte de ellos, la escasa mitad que defiende los postulados independentistas. Esta sinécdoque de tomar la parte por el todo forma parte del discurso secesionista, pero margina a los votantes del primer partido de Cataluña, el PSC, ganador de las últimas elecciones autonómicas, y a los catalanes que optan por otras opciones políticas no independentistas.

La pretensión de Aragonès fue denunciar ante el foco de la Comisión de Comunidades Autónomas del Senado lo poco que al PP y a otros partidos estatales les importa Cataluña, a la que solo utilizan para sus “batallas partidistas” y para arañar votos con el anticatalanismo que practican. En la línea de recurrir a todos los lugares comunes del discurso independentista, citó el déficit fiscal, que cifró en 22.000 millones de euros anuales, la nueva meta fijada por la Generalitat con unos cálculos que nadie más respalda. La lista de reproches incluyó también las leyes del Parlament tumbadas por el Tribunal Constitucional, la falta de defensa del catalán en el resto de España o el traspaso de Rodalies.

Tras proclamar varias veces que “Cataluña es una nación”, Aragonès reivindicó la amnistía como “imprescindible” para devolver un “conflicto político” a la política y para “acabar con la causa general contra el independentismo”. La amnistía, como viene repitiendo Aragonès, “no es un punto final, sino que ha de ser el punto de partida” para un referéndum de autodeterminación, como el de Escocia, cuyo Gobierno, por cierto, acaba de renunciar a la unilateralidad y condiciona la consulta a obtener la mayoría de escaños en Escocia en las elecciones generales del Reino Unido. Una forma de alejar el referéndum. Aragonès, sin embargo, acabó su intervención de 10 minutos convencido de que “Cataluña votará en un referéndum”.

Sin siquiera volver al escaño, Aragonès abandonó el Senado sin quedarse a escuchar a los 11 presidentes de las comunidades autónomas gobernadas por el PP, que cargaron, todos, contra la amnistía y contra el derecho de autodeterminación, con destacado especial para los disparates de Isabel Díaz Ayuso. Pero también rechazaron la financiación autonómica diferenciada para Cataluña y la eventual condonación de la deuda catalana, todo ello bajo la consigna “nadie es más que nadie”, citada por la presidenta balear. El rechazo a cualquier bilateralidad y los llamamientos a la unidad de los españoles protagonizaron las previsibles réplicas.

Que Aragonès no se quedara a escuchar a los presidentes autonómicos solo puede calificarse de error porque, aunque la sesión fuera una encerrona, no es de recibo leer el monólogo y desaparecer. Aunque no le importe, Aragonès ha dado argumentos al PP. El vicesecretario Esteban González Pons, un teórico moderado que suele soltar los mayores exabruptos, ha calificado ya a Aragonès de “dictador” por no escuchar las respuestas del PP.

¿Qué objetivo tenía, pues, la comparecencia de Aragonès en el Senado, sin debatir con sus adversarios? La Generalitat ha justificado la presencia del president en que debe ser él quien hable en nombre de Cataluña y en no dejar “nunca ningún espacio vacío para defender el fin de la represión”.

La clave está en la primera razón. Como suele ocurrir en la política catalana, hay que leer determinadas iniciativas en clave de política interna. Aragonès había quedado un tanto marginado en las negociaciones sobre la amnistía, oculto bajo el protagonismo de Junts y de Carles Puigdemont. Con su intervención en el Senado, Aragonès y la Generalitat recuperan parte del protagonismo perdido, pero es muy dudoso que la experiencia haya merecido la pena.