Mientras seguimos distraídos con cómo se materializarán las siete monedas de plata que pueden desbloquear la investidura del candidato a presidente del Gobierno a cambio, entre otras cosas, de quebrar nuestro Estado de derecho para satisfacer el deseo del 130 president (o el noveno, si el contador lo ponemos a cero cuando toca, en 1931, y no en 1359) de no pisar la cárcel ni un solo día, el mundo sigue girando y se está poniendo cada vez más complicado.

Sabido es que las innumerables guerras que asolan el continente africano nos importan poco, lo mismo que la mayoría de las situaciones de violencia que arrasan Hispanoamérica o los variados conflictos que se extienden por Asia. Desde que el hombre es hombre rara vez ha sabido estar en paz con sus vecinos. Pero, sin duda, la invasión de Ucrania nos llamó mucho la atención, tal vez porque está a las puertas de Europa y, además, sus víctimas se parecen bastante a nosotros.

Lo que parecía que iba a ser una guerra corta se ha convertido en una guerra larga, que usa drones simultáneamente con tácticas de trincheras de comienzos del siglo pasado y con una frontera que es un coladero, tanto que la mujer de Zelenski acudió a la coronación de Carlos III y el líder ucraniano se ha convertido en una estrella mediática que hoy está en la sede de las Naciones Unidas y mañana en la Alhambra de Granada. 

Ahora, a una distancia en avión muy similar, poco más de cuatro horas de vuelo, ha estallado otra guerra, esta más envenenada y compleja si cabe. Israel ha sido agredido por una organización terrorista que controla una parte de Palestina, la Franja de Gaza, aunque en teoría quien gobierna allí es la Autoridad Nacional Palestina. Se trata de uno de los territorios más densamente poblados del mundo, solo superados por Hong Kong y Singapur, con un paro que supera el 50% y unas condiciones de vida realmente penosas. En ese caldo de cultivo se ha desarrollado una organización en cuyos estatutos está destruir el Estado de Israel. Los palestinos son mayoritariamente musulmanes sunitas, pero Hamás está apoyado por la principal potencia chiita, Irán.

Tras golpear el avispero nada bueno se puede esperar. La reacción de Israel será contundente e implicará una escalada que pondrá en peligro el último intento de pacificar la zona, los acuerdos de Abraham de 2020, auspiciados, por cierto, por Donald Trump, de quien se pueden decir muchas cosas malas, pero, también, que trató de bajar la tensión en varios frentes, desde Corea del Norte a Rusia pasando por Oriente Medio.

Ahora que Baréin, Emiratos, Sudán y Marruecos ya habían firmado los acuerdos, se estaba muy cerca de que la gran potencia sunita, Arabia Saudí, también los firmase, lo cual sería un paso muy decidido a la normalización de un espacio que nunca puede ser normal por cómo fue concebido. Hoy todo está en el aire, siendo no pocos los analistas que consideran que lo que pretende este ataque es reventar esa posibilidad de pacificación, aparentemente con el apoyo de la gran potencia chiita, Irán.

Y mientras tanto China esperando cuándo y cómo invadir Taiwán, con una Corea del Norte siempre impredecible. Muchos, demasiados frentes de tensión en un mundo cada vez más loco.

Con un mundo tan extraordinariamente revuelto lo que tocaría es que Europa tuviese clara su posición en muchos frentes, pero, sobre todo, el migratorio. Hemos acogido con entusiasmo a los refugiados ucranianos, pero estamos siendo invadidos por una auténtica legión de emigrantes africanos y no sabemos cómo responder. Italia no puede más, pero es que España, sobre todo Canarias, lleva camino de sufrir la misma presión migratoria. Y está por ver si el impacto de lo sucedido en Israel no repercutirá más pronto que tarde en nuestras costas o en Ceuta y Melilla.

Y aunque es un llamamiento ingenuo, nuestros dos grandes partidos deberían ponerse de acuerdo en buscar a un candidato de consenso y remar juntos en un momento tan complejo como el actual. Pero me temo que, lo mismo que en Oriente Medio, el odio al enemigo es más fuerte que su amor a la patria y seguirán con la visión frentista que nos llevará a una legislatura muy poco eficaz o a repetir elecciones una y otra vez.

En cualquier caso, el ultramontano, según nosotros, Netanyahu va a formar un Gobierno de emergencia junto al líder de la oposición, Beny Gantz, quien, además, ha sido ministro de Defensa y jefe del Estado Mayor del Ejército. ¿Por qué nosotros no podemos hacer algo similar? Afortunadamente no estamos en un momento tan crítico, pero tampoco estamos en un momento “normal”.