España es más difícil de romper que el Diccionario de Oxford; el Estado resiste agarrado a la tierra como los mitos clásicos de Robert Graves. Parece que el perdón lo es todo, si va acompañado del propósito de enmienda, una versión que se cocina a fuego lento en el PSOE profundo y se airea en el PP a base de gritos en la calle. Todos sabemos que el procés no volverá. Y que tampoco volverá Puigdemont limpio de causas pendientes, ya que una Ley de Amnistía tiene una formulación muy condicionada por la opinión, que además tendrá el escollo de un Senado con mayoría popular. La de Sánchez será una amnistía peculiar; no estamos en el dejarse llevar por la corriente sino en defender un modelo de Estado federal, aceptado por el bipartidismo reinante, a pesar de Vox y del soberanismo a la baja y pillado a contrapié en los comicios del 23-J. El modelo no puede estar condicionado por un pequeño grupo de escaños que otorgan la investidura. Pero lo estará hasta que Junts tenga a punto el secreto mejor guardado: la irrelevancia de Waterloo en un partido en el que renace lentamente el peix al cove del reformismo pujolista.
Los conservadores ya saben que perdieron el consenso precisamente en Barcelona, el pasado domingo, el mismo día en que el sondeo de El País y la Ser les daba la mayoría absoluta. Te despistas un segundo y ya no eres lo mayoritario que fuiste hace muy poco. El votante medio español exige templanza institucional; es el momento solemne de mantener la división de poderes cuya vulneración provocó sufrimientos durante casi medio siglo XX pero que, digan lo que digan, sí gozaron los líderes indepes en sus detenciones, ordenadas por la Justicia y dictadas contra los aforados. Su intento de comparar la España de 2017 con la dureza del Antiguo Régimen resultó pueril en su momento y afortunadamente parece olvidado.
Mientras avanzamos a marcha lenta, el mundo se descompone. Madrid sobrelleva el mal humor de Sánchez y Feijóo, tras su encuentro estéril del pasado lunes, y Jerusalén se ha convertido en una ciudad fantasma, en el tercer día de guerra entre Israel y Hamas. El diario más influyente de Israel, Haaretz, abrió ayer su edición con una crítica durísima a Benjamín Netanyahu, el premier conservador apoyado por el bloque duro del Likud. A criterio del periódico, la vulneración de derechos planeada por el actual gobierno de Tel-Aviv, ha acabado avivando la llama de Hamas, una derivación armada de Hermanos Musulmanes. El ataque brutal de Hamas en territorio israelí ha unido al país judío; la frontera de Gaza presenta hileras de carros flanqueados por más de 300.000 reservistas. Con el apoyo de EEUU: El portaviones Gerald Ford, con casi un centenar de bombarderos a bordo, está ya frente a la costa palestina aprisionada entre el Mediterráneo y el río Jordán.
Es ya una guerra a gran escala: ratifica a la yihad en Irán; moviliza a Arabia Saudita que estaba a punto de firmar un acuerdo con Israel bajo la atenta mirada de Washington; recoloca a Egipto, el gendarme regional, y mueve a la Sexta Flota, como en los mejores tiempos de la Guerra Fría.
En Cataluña, el Consell de la República de Carles Puigdemont valora si debe o no firmar el protocolo de intenciones que delimitará la investidura y la hoja de ruta de la legislatura. Aparentemente, Puigdemont tiene en sus manos un mecanismo que puede desmontar el proyecto antes del 27 de noviembre. Es su particular teatro de aviones, drones, misiles y armas de crucero, todo el arsenal dialéctico, no armado, de su gobierno paralelo que almacena argumentos para hacer posible su regreso. En Mitteleuropa dan un salto adelante las opiniones anti Bruselas, gracias al avance de Alternativa por Alemania (AfD), espoleada por el nacional populismo de Baviera, rapante cuando la OPEP anuncia una contención de la oferta de crudo que desatará la subida de los carburantes, un mercado ya muy maltrecho por las consecuencias de la guerra de Ucrania.
El continente de la paz se ensombrece. La UE muestra, una vez más, las limitaciones de la Comisión maniatada por la ausencia de una política exterior común, pese al denuedo de su comisario, Josep Borrell, un político moderado y brillante, pero sin competencias. Tel-Aviv pone en marcha la Honda de David, el nombre bíblico -David contra Goliat- de un mecanismo de defensa antiaérea actual contra los miles de misiles que atesora Hamas. Israel le cortará las uñas y limitará su margen de maniobra, pero no acabará con el Tigre, que sobrevive utilizando a la población civil como escudo. Los jinetes del Apocalipsis viven en Gaza. Los nacionalismos raciales y religiosos imponen su ley.
El eurodiputado y ex conseller de la Generalitat, Toni Comín, confía en que la negociación con el PSOE acabe en pacto, mientras el president Aragonés ve la investidura embarrada en el traspaso de Rodalies. Será un final ajustado; la capacidad de prevenir, basada en la otra honda de David, decidirá el resultado.