El ensordecedor ruido político tapa la Constitución y obliga a recordar su función y su valor. Tenemos buenas razones para el patriotismo constitucional.

El próximo 6 de diciembre, la Constitución cumplirá 45 años. Solo hubo dos intentos de quebrarla, en 1981 y en 2017, y se superaron dentro del marco constitucional. Nunca habíamos tenido tan largo período de estabilidad institucional, aventajando en autenticidad al de la longeva Constitución de 1876, que duró 47 años y garantizó el “turno” entre liberales y conservadores, pero sin libertades, las mujeres no podían votar, o con libertades ficticias, el turnismo no era una alternancia democrática, sino un apaño entre caciques.

Con la Constitución vigente hemos entrado en la que hoy es la Unión Europea, el más prestigioso club de democracias del mundo; permanecido en la OTAN; celebrado en plena libertad 15 elecciones generales, 3 referendos estatales, 7 referendos autonómicos, 8 elecciones europeas, 13 elecciones locales (generales), más 54 convocatorias de elecciones autonómicas; edificado un sistema territorial autonómico cuasi federal; llevado a cabo con normalidad cambios de Gobierno y alternancias derecha-izquierda y viceversa; derrotado a ETA; logrado una prosperidad y un Estado del bienestar dentro de las posibilidades estructurales y políticas del país. ¡Como decimos en catalán, Déu n’hi do!, ¡ahí es nada!

Todo fue anticipado y fue posible gracias al artículo 1.1: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”, cuyo mérito es aún más relevante considerando que veníamos de la España como “una unidad de destino en lo universal”.

Y, no obstante, la Constitución ha sido denostada, equiparada a un régimen basura: el “régimen del 78”. El vocablo régimen cargado de desprecio era el que se utilizaba para hablar de la dictadura sin nombrarla.

Encima, el denigrante “régimen del 78” se ha utilizado con pretendida autoridad moral y sabiduría política, así lo hacía Pablo Iglesias, aunque supo rectificar a tiempo, abandonó el “régimen” y se mudó al sistema constitucional. Era todo un espectáculo verlo en mítines y debates defendiendo sus propuestas blandiendo el texto de la Constitución.

También la han tildado de “régimen del 78” Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Pere Aragonès y los otros, sin rectificar, cuando tanto deben a la Constitución. Su intentona secesionista fue posible por los derechos y libertades constitucionales, que después los protegieron como procesados y permitieron los indultos a los condenados.

Cataluña le debe a la Constitución un autogobierno como antes nunca lo tuvo, probablemente es la autonomía política europea subestatal más plena. Que los Gobiernos independentistas no hayan sabido gobernar no es culpa de la Constitución.

En los tiempos difíciles, los vividos y los que nos esperan, la Constitución ha sido y será nuestra mejor garantía, es parte del sistema jurídico de la Unión Europea y de la OTAN. Estos sistemas nos protegen a través de la Constitución, pertenecemos a ellos gracias a la Constitución, sin esta no seríamos miembros de ambas organizaciones.

Y en política interior el tan invocado “marco constitucional” evita derivas, es la seguridad jurídica insoslayable.

Si en la vida individual los 45 años son la edad de la madurez, tanto más lo son en la vida colectiva. Desde la perspectiva de los 45 años de vigencia, nos podemos interrogar sobre qué le falta y qué le sobra a la Constitución. Poco en ambos sentidos. Los constituyentes hicieron un buen trabajo.

Le faltaría dotar de intangibilidad el artículo 1, en sus apartados 1) y 2), y el artículo 2. Una intangibilidad parecida a la contenida en la Ley Fundamental de Alemania, que atemperara un punto la permisibilidad “no militante” de la Constitución, para prevenir determinadas tentaciones y perturbaciones. Más algunas actualizaciones, no muchas. A las constituciones les va la pátina de la edad provecta.

Los rigurosos procedimientos para la reforma de la Constitución de los artículos 167 y 168 no debieran ser obstáculo. Si hubiere acuerdo sobre el contenido, lo habría sobre la forma. Una interpretación creativa del 167 puede dar mucho juego. En todo caso, sería necesaria una gran coalición constitucional que tuviera en cuenta las periferias, algo así como la cuadratura del círculo, pero más difícil lo tenían en 1977 los ponentes del anteproyecto de Constitución.

Las turbulencias políticas actuales impidieron la reforma a los 45 años, pero la reforma es el regalo obligado del 50 aniversario en 2028. Habrá que celebrarlo por todo lo alto, entonces será la Constitución más longeva de la historia de España, además de la mejor. Todo un hito histórico.