El mundillo económico ha vivido esta semana un terremoto de alta intensidad. Un juzgado mercantil de Barcelona aprobó el plan de reestructuración de la gigante siderúrgica Compañía Española de Laminación SA (Celsa). El plan, propuesto por los acreedores de la empresa, significa que estos reciben el 100% del capital, mediante la conversión de parte de sus créditos en acciones de la propia Celsa.
El meollo del magno problema reside en la enorme deuda que la corporación contrajo bajo el mando de la familia Rubiralta. Su importe alcanza la friolera de 2.955 millones, de ellos casi la mitad ya vencidos. La entidad deudora carece de capacidad para asumir tal montaña de pasivos y nunca podrá devolverlos.
Conviene subrayar que las cargas no se generaron en un santiamén. La pelota fue engordando montaña abajo, novación tras novación, en el curso de las pasadas dos décadas. Los bancos se avinieron en tan dilatado periodo a realizar nada menos que 14 refinanciaciones. Caixabank, Santander, Sabadell y otros intermediarios del dinero dieron toda clase de facilidades, pero nunca recuperaron un céntimo. Hastiados del rosario de dilaciones, un lustro atrás cedieron el paquete de créditos incobrables, a precio de derribo, a una bandada de fondos buitres.
Bien puede decirse que, con el trasiego, el destino de Celsa quedó sellado para siempre, pues no es lo mismo negociar con los prestamistas clásicos que con las codiciosas aves rapaces.
Estas han apretado las clavijas para recuperar los saldos pendientes. La reforma de la Ley Concursal aprobada por el Gobierno hace justo un año les vino como anillo al dedo y les brindó una ocasión de oro para penetrar en el fortín de Celsa por la puerta de atrás.
En plena pandemia, instaron ante la jurisdicción mercantil el reajuste forzoso de la compañía. Tras un año de pleito, esta semana el juzgado dio la razón a los fondos oportunistas y les otorga el control absoluto.
Celsa no es una empresa cualquiera. Se trata de la mayor firma privada de Cataluña, con un giro anual de 6.000 millones y una plantilla de 10.000 empleados. Dispone de medio centenar de plantas de reciclaje de chatarra, que abastecen de materia prima a sus siete acerías desperdigadas por España, Francia, Reino Unido, Polonia y Escandinavia. El conglomerado pertenecía hasta ahora a partes más o menos iguales a Francesc, Carola, Ana e Ignasi Rubiralta Rubió.
Los nuevos propietarios han nombrado para liderar Celsa a Rafael Villaseca, ex consejero delegado de Gas Natural Fenosa y ex presidente de Inisel (predecesora de Indra), entre otros muchos cargos.
En todo caso el futuro de Celsa queda más que nunca en el alero. Tras cinco años rondando la presa, las carroñeras hincan el diente para resarcirse a lo grande. En este singular festín van asesoradas por los más reputados bancos de inversión y despachos de abogados. Solo persiguen un objetivo, que no es otro que maximizar sus plusvalías.
Si los fondos invasores toman finalmente el control, la actual Celsa tiene fecha de caducidad. Más pronto que tarde, será vendida a terceros con el consabido pelotazo, o será desguazada y traspasada a trozos a los mejores postores.
A los Rubiralta les queda una postrera opción a la desesperada. Pedro Sánchez aprobó durante el Covid un escudo protector para las empresas, por el que obliga a pedir autorización a los inversores ajenos a la UE que tomen más del 10% de una sociedad española considerada estratégica. Ya se verá si semejante cautela es de aplicación fácil en el presente caso.
De todas maneras, este lamentable episodio marca un hito señalado en la regulación de los procedimientos de insolvencia. Constituye un sonoro aldabonazo a los empresarios que atraviesan problemas de deudas. Cuanto antes acudan al juzgado para resolverlos por medio de la figura del concurso, antes podrán librarse del dogal de los acreedores.
Postergar la toma de decisiones encierra riesgos enormes, como siniestramente pueden certificar los hermanos Rubiralta. A las pruebas me remito. De la noche a la mañana, sus ávidos acreedores están a punto de birlarles el emporio industrial que fundó su padre sesenta años atrás.