Mientras el Feijóo de Peridis escucha las psicofonías de sus amistades peligrosas, Alejandro Fernández, todavía presidente del PP catalán, rebate el plan de Feijóo de reunirse con los soberanistas. Fernández dice que la tesis esencial de Junts es que “España es una dictadura dirigida por un Rey fascista”. Será un septiembre negro, sin sangre.

Waterloo rompe la baraja pidiendo una reunión con el PSOE en el exilio dorado de Puigdemont. El expresident tiene complejo de Tarradellas, el exiliado de verdad que quiso convertir Saint-Martin-le Beau en un salón de té antifranquista. Entonces, la calle hervía; con un coste muy alto, la izquierda llevaba la iniciativa, pero la perdió, en el santiamén del ja sóc aquí. Una demostración de que todo se hace por arriba, como debe ser. Y por arriba quiere decir desde las instituciones políticas. Ahora, Puigdemont busca un enjuague parecido al de Tarradellas, pero una cosa es el trágala del Antiguo Régimen y otra, la actual investigación del Supremo en un Estado de derecho.  

La reunión de hoy en el Congreso entre Sánchez y Feijóo depende de que el PP pida perdón a Sánchez por los insultos, y por la deslegitimación del Gobierno. Al Feijóo presidente, como le llama continuamente Borja Sémper, le ha caído la del pulpo en Génova por anunciar reuniones con los soberanistas. La suerte está echada después del 23J, y lo está, como en 1996, cuando Aznar se sacó de la manga un acuerdo con Xabier Arzalluz (el expresidente del PNV), firmado en la misma sede de Génova mientras ETA mataba.

Para sortear los dogmas partidistas, Feijóo amplía el abanico; quiere reunirse con los presidentes actuales de las comunidades autónomas; pero el lendakari, Urkullu, desde Ajuria Enea, y el president, Pere Aragonès, no están por la labor.

Dotar a su mundo de imágenes simbólicas; convertir el recuerdo en el fermento de su fe. Ahí coinciden los altavoces de entidades civiles, como Òmnium y la ANC, cuando reclaman que su voz sea oída en el momento de un pacto capaz de vertebrar España; reclaman, sin derecho, un puesto en la praxis institucional de la que participan los partidos políticos. Pues, si quieren pan, que crucen la acera, que pongan en juego su existencia en la arena de los parlamentos. Que se lo jueguen a una carta sin esconder su legitimidad detrás de supuestas multitudes, a las que ya no representan.

En España se habla de perdón, aquella realidad primordial que Ortega definió como “la misión del tiempo”. El recuerdo del mal paso en el golpe institucional del 2017 ha de perfilar las diferencias que hay entre la memoria viva y el depósito muerto. Solo el perdón –y eso es una forma de amnistía— puede juzgar lo que es digno de ser recordado y lo que debe ser objeto de análisis histórico.

Los pecados del secesionismo son imprescriptibles y “quien ha desplumado a la oca del rey deberá devolver sus plumas”, dice el adagio real. Pero afortunadamente no vivimos bajo un poder teocrático. Nuestra ley son el diálogo y la Ley.

Alejandro Fernández fue traicionado por el aparato del PP, con los fichajes de Nacho Martín Blanco y Pere Lluís Huguet para el 23J, procedentes de Ciudadanos. Se lo presentaron como un hecho consumado. Este es Feijóo, implacable y ligero de equipaje. Ahora, Alejandro Fernández no se la devuelve, solo expresa su opinión. Más allá de las ideologías, el elocuente líder conservador catalán mantiene una coherencia que le dignifica frente a la moral reptiliana de Génova.