No es que a un muerto le moleste mucho que le roben. De hecho, los muertos suelen ser tipos tranquilos que se lo toman todo con filosofía, incluso los robos. Por lo general son gente discreta e impasible. Ante hechos que a los vivos nos producen desasosiego, ellos ni siquiera levantan la ceja. Aun así, uno se muere con la satisfacción que da saber que va a librarse de una vez por todas de pagar impuestos, de aguantar imbéciles y pelmazos, y de que le roben el móvil, la cartera o el reloj. Son cada vez más los barceloneses que desean fallecer para dejar de ser blanco de atracadores, a ver si lo que en esta ciudad era imposible conseguir en vida, lo consiguen una vez muertos. Pues no. Resulta que ni siquiera la muerte evita que nos desvalijen, uno reposa tan pancho en su nicho, en su tumba o en su panteón --ya ven que es mentira que la muerte nos iguale a todos, hasta en los cementerios hay clases-- y vienen los cacos ha arramblar con lo que uno se llevó a la sepultura.

Antes las tumbas se profanaban por motivos honrados, como llevar a cabo ritos satánicos o cometer actos de necrofilia. Hoy en día se están perdiendo esas buenas costumbres, y ya se ultrajan sepulcros para asuntos tan mundanos como el robo, y si no se cometen asesinatos no será por falta de ganas, sino por la dificultad de matar a un muerto. Cierto es que, puestos a robar un diente de oro, más vale arrancárselo a un muerto que a un vivo, eso hay que concedérselo a los cacos. Y que más se aprovechan de los muertos los gusanos que los ladrones, eso también. Pero, cuando a uno le llega la hora, espera que lo de descansar en paz sea textual y no una simple frase hecha.

Tema aparte es que haya quien desee largarse al más allá con el reloj de oro o el collar de perlas, como si temiera llegar tarde al juicio final o como si pensara que después del mismo va a organizarse un baile de gala, con los ángeles haciendo los coros. Tal vez sea una manera de asegurarse de que los herederos no van a pelearse por esos bienes, me lo llevo todo al agujero y ya os apañaréis. Cada uno tendrá sus razones, pero lo que seguro que no espera nadie es que, una vez fiambre, vaya a seguir siendo objetivo de los cacos.

Ahora bien, si en algún lugar tenía que ponerse de moda robar a los muertos, era en Barcelona. En la capital catalana es tan dura la competencia entre el gremio de los rateros, son tantos los profesionales del atraco que han escogido esta maravillosa ciudad para ganarse la vida, que no hay suficientes víctimas para todos. Ni siquiera en verano, y eso que los turistas colaboran en lo que pueden, saliendo a paseo con sus relojes de 50.000 euros que están diciendo tómame, tómame. Ante ese problema de exceso de competencia, es natural que los trabajadores del robo se dirijan a los muertos, que además de no oponer resistencia, ofrecen la ventaja de que no suelen perseguir al ladrón ni llamar a gritos a la policía. Así da gusto.

En cuanto corra entre los rateros la voz de que los cadáveres se muestran así de resignados mientras son despojados de sus pertenencias, tal vez van a dejar en paz a los vivos. Esa es la esperanza de la autoridad municipal, de ahí que continúe sin incrementar la seguridad y vigilancia en los cementerios. Es la última bala para conseguir de una vez por todas que caminar por las calles de Barcelona sea un poco más seguro que hacerlo por una favela brasileña.

Si es para conseguir unas calles más tranquilas, bienvenidos sean los atracos a los difuntos. Tampoco hay que sorprenderse tanto, ya nos enseña la sabiduría popular que cuando el hambre aprieta, ni el culo de los muertos se respeta.