El mes de julio concluyó con presentaciones de resultados de un buen número de empresas cotizadas y, en general, estos son buenos. Han tenido suerte de que toda la atención informativa de la semana pasada haya estado centrada en el análisis de las recientes elecciones y en las cábalas sobre las posibilidades de cada candidato para lograr su investidura. Y ahora ya tocan vacaciones, por lo que no ha habido mucho espacio para meterse con los señores que fuman puros. Por cierto, siguen siendo muchos los millones las personas que fuman puro en España, independientemente de sus ingresos, no hay más que pasearse por el barrio del Raval sin ir más lejos.
No son pocas las compañías que han mejorado, y mucho, sus resultados, algunas logrando más beneficios que nunca en su historia, si bien hay que conocer un poco esa historia para hacer bien las comparaciones. No podemos olvidar que la inflación media de la zona euro desde 2019 a aquí es del 19,24%, luego para poder decir que los resultados actuales son mejores que los de entonces, estos tendrían que serlo en, al menos, el 20%. Por otro lado, no son pocas las compañías que han incrementado su perímetro. Comparar, por ejemplo, los resultados de Caixabank de hoy con los de 2019 debe hacerse considerando que en 2021 absorbió ni más ni menos que a Bankia, una entidad que en 2019 ganó cerca de 600 millones, y más de 1.000 en 2015.
Además, la coyuntura para ciertas empresas es buena. La carestía de la energía repercute, favorablemente, en los resultados de las energéticas, lo mismo que el alza de tipos en los de los bancos. Por no hablar del desbarajuste generalizado que hay en los precios. Pero ni mucho menos son resultados caídos del cielo ni, en general, las empresas se forran sin hacer nada.
Estamos en una época incierta y volátil y las empresas van capeando el temporal como pueden. Hemos tenido una pandemia, una falta alarmante de materias primas, una guerra a las puertas de Europa, inflación como hacía décadas, subida de tipos que ya no recordábamos… un peligroso cóctel que, en general, han sabido digerir las grandes empresas. Puede ser paradigmático cómo la industria del automóvil, inmersa en una profundísima transformación, paralizada en más de una ocasión por la falta de componentes, con una demanda errática, ha sido capaz de ganar más vendiendo menos. Y no solo es esta industria. Casi todas las grandes empresas han aprovechado estos años tan extraños para ajustar su capacidad y afrontar el futuro con menos incertidumbre.
Son muchas las empresas que hoy están mucho más saneadas que hace unos años, con menos deuda, más capital y, sobre todo, menos costes operativos. Pero si todo fuese tan de color de rosa como les encanta decir a los políticos populistas, las cotizaciones estarían por las nubes, y no es el caso. El Ibex 35 perdió la cota de los 10.000 puntos en febrero de 2018, hace más de cinco años, y está por ver si la recuperará más o menos pronto. Su récord, 15.945 puntos, data del 8 de noviembre de 2007, hace más de tres lustros.
Las cosas, en general, no van mal, pero tampoco están para tirar cohetes. Sigue habiendo dudas, sigue esperándose una caída de actividad provocada por la subida de tipos, eso sin considerar eventos externos relacionados con la guerra de Ucrania o con cualquier otro “cisne negro”.
Ahora tenemos a los políticos agazapados bajo las sombrillas, haciendo sus cálculos para seguir o lograr el poder. Una vez tengamos presidente del Gobierno, si lo tenemos, volveremos con la monserga de los beneficios empresariales. Tenemos que entender que sin empresas fuertes no hay empleo de calidad, y sin empleo de calidad la economía se va al garete. Hay que facilitar las inversiones, no ahuyentar a las empresas por asaetearlas a impuestos.