Si había alguna posibilidad de que los catalanes castellanohablantes estuvieran satisfechos con las elecciones generales de este domingo, esta pasaba por conseguir que los independentistas no fueran relevantes en la formación de futuros gobiernos.
Pero los resultados han sido contundentes. A pesar de que el independentismo catalán ha retrocedido, sigue siendo esencial para que Pedro Sánchez se mantenga en la Moncloa. Y todo apunta a que el presidente del Gobierno se seguirá apoyando en ellos.
Así las cosas, para aquellos catalanes que se ilusionaron con una Administración nacional que velara por sus derechos fundamentales en el ámbito lingüístico, este domingo es una fecha aciaga.
No es que Feijóo inspirara mucha confianza, la verdad. Recuerden, por una parte, había prometido un “bilingüismo cordial” que suponía impartir las clases en las escuelas de forma equilibrada en castellano y catalán. Pero también había alardeado de que, cuando era presidente autonómico de Galicia, jamás utilizó el español en público. E incluso soñaba con poder pactar con el PNV para esquivar a Vox.
Digamos que Feijóo no parecía muy fiable, ni tenía pinta de que hubiese sido capaz de aguantar la presión por tierra, mar y aire de los nacionalistas en caso de legislar para reintroducir el bilingüismo en las escuelas de Cataluña. Como mucho, se podría aspirar a que, como se había filtrado desde el PP, su Gobierno facilitase la financiación de las entidades constitucionalistas catalanas, que siempre han estado abandonadas y realizan un trabajo heroico.
Ahora, habrá que ver el precio que ponen los independentistas a Sánchez por su apoyo. Pero lo que está claro es que la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán, pese a ser ilegal, es una línea intocable para ellos. Y a los socialistas no parece importarles pagar ese peaje.
Me temo que los jueces tienen mucho trabajo por delante.