Desde hace bastantes meses, en Ferraz poseen encuestas en las que los electores una y otra vez valoran en mayor medida al partido que a su líder. En otras palabras, Pedro Sánchez no suma votos al PSOE, sino que le resta. Una situación diferente a la observada durante las dos elecciones generales de 2019, pues en ambas aportó sufragios a la formación.

A pesar de ello, las campañas del 28 de mayo y del 23 de julio han estado centradas en la figura del presidente de Gobierno. Una estrategia no compartida por numerosos dirigentes del partido, pues consideraban que no beneficiaba, sino que dificultaba la reelección de muchos alcaldes y presidentes autonómicos. Desde mi perspectiva, los críticos tenían razón, ya que la mayoría de los últimos eran más valorados por sus electores que el líder del PSOE.

En las más de cuatro décadas de democracia, Sánchez no es el primer líder que no posee un gran tirón popular. Un magnífico ejemplo de ello lo fue José María Aznar. La escasa conexión con los españoles le hizo perder las elecciones de 1993 y le impidió tener mayoría absoluta en 1996. El viento a la espalda lo aprovechó mucho menos de lo previsto.

En la primera fecha, los electores prefirieron a Felipe González, a pesar de celebrarse los comicios en plena crisis económica. En la segunda, el líder del PSOE padecía un gran desgaste debido a los diversos casos de corrupción en que estaban involucrados miembros de su partido. No obstante, muchos ciudadanos prefirieron abstenerse a cambiar la papeleta de la rosa por la del charrán. Por eso, el PP se quedó en 156 escaños y solo superó en 15 a la formación rival. Una diferencia bastante inferior a la pronosticada por las encuestas.

En las elecciones del 2000, Aznar y sus asesores ya habían aprendido la lección. La publicidad realizada no le presentó como un líder carismático, sino como un gran gestor económico. Destacó los logros conseguidos en los últimos cuatro años, los que pretendía obtener en los próximos y evitó entrar en guerras culturales e ideológicas con la oposición. El resultado fue la obtención de una mayoría absoluta. A ella contribuyó decisivamente el escaso carisma de Joaquín Almunia y la elaboración de un programa continuista por parte del PSOE.

En 2023, las campañas del partido socialista han estado basadas en tres falsas premisas: los votantes tienen mala memoria, los temas económicos son decisivos en cualquier elección y el acercamiento del presidente a los ciudadanos rápidamente convertirá en positiva la negativa percepción que una parte de ellos tienen de él.

En primer lugar, los electores normalmente recuerdan más los temas en los que el Gobierno ha fallado que los que han tenido éxito. Por un lado, porque los ciudadanos valoran en mayor medida los primeros que los segundos. Consideran que un Ejecutivo, formado por mujeres y hombres muy preparados, es normal que acierte y excepcional que fracase. Por el otro, debido a que la oposición pone mucho énfasis en lo inicial y obvia lo último.

A pesar de que el partido en el poder tiene mucho más que informar que la alternativa, no es extraño que esta sea quien gane la batalla de la comunicación. Es lo que ha pasado en el último año y medio en nuestro país. Los principales motivos suelen ser una mayor disponibilidad de tiempo debido a que no gobierna y un mayor interés por parte del aspirante de la divulgación de sus políticas y propuestas que por el presidente del Ejecutivo.

No obstante, los asuntos más recordados por la población son aquellos donde el Gobierno ha hecho lo contrario de lo prometido, sin ofrecer ninguna detallada y pedagógica explicación de su cambio de opinión. Desde mi perspectiva, es lo que ha sucedido con los indultos a los políticos presos catalanes, la supresión del delito de sedición, la reducción de las penas por malversar y los pactos con EH Bildu.

Una mayor parte de los ciudadanos habría entendido mucho mejor el primer tema si el Ejecutivo hubiera explicado detalladamente los motivos para concederlos, los problemas que generarían a los partidos independentistas y el impulso otorgado al cambio político en Cataluña. A partir de ellos, las políticas basadas en el victimismo y los sentimientos dejaron de tener éxito. No obstante, ni el partido ni el Gobierno hicieron nada de lo indicado. Ambos olvidaron que a medio plazo cualquier formación fracasa si a corto vence, pero no convence.

El 30 de mayo de 1982, España entró en la OTAN de la mano del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. No obstante, el PSOE de González estaba en contra del tal decisión y unos meses antes ya había lanzado el eslogan “OTAN, de entrada no”. Cuando accedió al poder, modificó su posición y pasó del idealismo al pragmatismo. Explicó los motivos a la población con una gran campaña de propaganda y convocó un referéndum. El cambio de opinión no le pasó factura a González, pues volvió a ganar las elecciones de 1986 por mayoría absoluta.

En segundo, la economía es muy importante electoralmente si el país va muy mal, pero no si va relativamente bien. Lo último es lo que está sucediendo. En tercero, la imagen de un candidato no se cambia de la noche a la mañana, especialmente si aquel no asume que ha de variar su manera de comportarse, gesticular y hablar para ser más cercano a la población.

Ninguna de las anteriores características las ha cambiado Pedro Sánchez. Los ciudadanos valoran más a alguien que se parece a ellos que a una persona muy diferente. En Madrid y Cantabria, dichos rasgos los tienen Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Revilla. A ambos se les puede considerar como “campechanos”, una característica que le dio un gran resultado en el pasado al rey Juan Carlos I.

La pócima mágica no son unos cuantos vídeos guionizados, tal y como han creído los asesores del presidente. Caer bien a la población es un don natural o requiere de una compleja y larga transformación de la imagen del político. Unas grabaciones del presidente de Gobierno jugando a la petanca con jubilados en Coslada, hablando en el comedor de un piso de Parla con dos jóvenes que perciben el salario mínimo o fotografiándose en las puertas del cine Renoir antes de ver la película As Bestas no sirven para mejorar su popularidad.

En definitiva, el PSOE está haciendo una campaña horrorosa por enseñar mucho sus defectos y esconder sus virtudes. Entre los primeros, destaca el rechazo a la figura de Pedro Sánchez por una sustancial parte de la población. Entre los segundos, es especialmente reseñable un programa muy diferente al del PP.

La propuesta de los socialistas beneficia más a la mayor parte de la población que la de los populares. No obstante, son incapaces de hacerla llegar a los votantes. Un ejemplo es su política laboral. Los primeros apuestan por una gran reducción del número de trabajadores temporales, tal y como ha quedado de manifiesto en la última legislatura. Los segundos, si siguen el modelo austriaco, tal y como parece, por convertir a todos los empleados en eventuales.

Por una vez, Mariano Rajoy tiene razón. En materia de comunicación y cercanía a la población, Sánchez ha sido un mal estudiante. Solo se ha esforzado cuando quedaba un mes para el examen final. Como la asignatura es muy difícil, lo más probable es que la suspenda. No obstante, si lo hace, es posible que sus compañeros de partido no le dejen presentarse a la prueba de revaluación.