El primer debate presidencial entre dos candidatos retransmitido por la televisión tuvo lugar el 26 de septiembre de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Para la mayoría de los analistas, el político demócrata venció claramente al republicano y el resultado del evento influyó decisivamente en su victoria en los comicios celebrados mes y medio después.
Para ver un cara a cara en España hubo que esperar al 24 de mayo de 1993. Los sondeos reflejaban una elección muy competida. Por tanto, a los dos aspirantes a la victoria, Felipe González y José María Aznar, les interesaba participar en un programa de gran audiencia para desequilibrar la balanza a su favor. Las expectativas no se cumplieron, pues ganó los comicios el PSOE, a pesar de vencer en el primero de los debates el candidato del PP.
Por regla general, los cara a cara generan más expectación que resultados. Su principal logro consiste en convertir en votantes a algunos abstencionistas, pues aumentan la participación electoral. No obstante, difícilmente consiguen que los ciudadanos cambien de opinión y apoyen a un partido distinto del inicialmente preferido. Un masivo traspaso de votos entre los dos candidatos solo ocurre si uno de ellos incurre en numerosos e importantes errores
A pesar de lo indicado, algunos analistas calificaban como decisivo el debate en Atresmedia entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo del 23 de julio de 2023. Para mí, el primero podía dar la vuelta a las encuestas si realizaba una espléndida intervención y el segundo, claro favorito, acumulaba múltiples deslices.
En los días anteriores al cara a cara, ambas opciones las consideraba remotas. En primer lugar, porque el presidente del gobierno ni es un gran orador ni un hábil contertulio. Así lo ha demostrado en todos los debates en los que ha participado. En segundo, debido a que el candidato del PP posee una gran experiencia. Como presidente de la Junta de Galicia, no se le conocen grandes aciertos, pero tampoco importantes equivocaciones.
Sin embargo, a priori, el primero tenía ventaja sobre el segundo en una de las principales partes del debate: la economía. En primer lugar, por la distinta formación de cada uno de ellos (economista versus abogado). En segundo, por haber gobernado durante los últimos cinco años y obtenido, a pesar de la pandemia y una elevada inflación temporal, algunos logros importantes. En tercero, por un programa económico del PP escasamente desarrollado, donde destaca más lo escondido que lo enseñado.
Las tres aparentes ventajas las desperdició Sánchez, pues cayó con los dos pies en la trampa que le tendió Feijóo: entrar en una guerra de cifras, con mutuas acusaciones de falsedad sobre los números defendidos. Con la información presentada, los ciudadanos que no han decidido su voto tenían muy difícil averiguar si España “va como una moto” o si esta sufre una importante avería.
El presidente debería haber destacado lo realizado y especialmente sus objetivos para los próximos cuatro años, así como lo que va a hacer para obtenerlos. De lo primero dijo algo con escasa convicción y de lo segundo casi nada. No es de extrañar, pues la comunicación económica del gobierno durante la última legislatura ha sido sumamente deficiente. El ejecutivo ha sido bastante mejor de lo que ha parecido.
Feijóo destacó más por lo que calló que por lo que dijo. Tampoco Sánchez le presionó para que diera más detalles sobre sus planes. Era lo que le interesaba al líder del PP y cumplió su objetivo con gran precisión. El candidato socialista defraudó las expectativas creadas por su partido, pues fue más agresivo en las formas que en el fondo y prácticamente no incómodo al aspirante a presidente del gobierno.
Sánchez no consiguió convertir al PP en una opción electoral perjudicial para numerosos ciudadanos. No generó las suficientes dudas sobre el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, el incremento del precio de la electricidad si se suprime el límite al precio del gas o la disminución del gasto en sanidad, educación y asistencia social derivado de la menor recaudación tributaria generada por las disminuciones de impuestos planeadas
En definitiva, en el debate Feijóo desarboló por completo la táctica de Sánchez y este fue incapaz de elaborar su juego. Entre otros motivos, el primero le ganó claramente la partida al segundo porque solo necesitaba empatar, mientras que el presidente estaba obligado a ganar por goleada. En materia económica, el PSOE tiene un programa más beneficioso que el PP para la mayor parte de los ciudadanos, pero su líder no supo defenderlo.
Desde la perspectiva del telespectador, el debate fue aburridísimo y no hubo casi nada noticiable. A Sánchez le faltó pedagogía y capacidad de comunicación para llegar a los ciudadanos, un problema que no constituye una novedad y al que no ha dado ninguna importancia durante la legislatura. Feijóo consiguió lo que buscaba, pues se habló mucho más de lo que había pasado que de lo que ocurriría si él lograba formar gobierno.
Desde mi perspectiva, el líder del PSOE desperdició su última oportunidad. Por tanto, excepto si su contrincante comete más errores importantes en la próxima semana y media que en toda su carrera como político, las elecciones están sentenciadas y tenemos nuevo presidente del gobierno. Desde estas líneas, un socialdemócrata le desea mucha suerte, pues la suya será también la del país.