Este mes de julio dejará de producirse el mítico Ford Fiesta. Aunque no se produce en la planta de Almussafes desde 2012, se trata de un vehículo muy ligado a la planta valenciana, pues nació con él. La planta de Ford fue la primera de una serie de inversiones internacionales en el sector del automóvil que acompañaron nuestra transición democrática. Ford, Opel y Martorell son las tres “catedrales” del milagro automovilístico español, que se unieron a plantas más antiguas pero permanentemente remodeladas como las de Vigo, Landaben o Vitoria. Año tras año se constituían en referencia de productividad y eso les hacía merecedoras de nuevas inversiones, saliendo airosas de procesos internos muy complejos.

Si las plantas españolas brillaban, algunas de las italianas, belgas, inglesas, francesas e incluso alemanas languidecían, produciéndose un goteo de cierres en un sector cada vez más obsesionado por la eficiencia y la productividad. En España sólo las plantas más antiguas o en las que menos se ha invertido se han cerrado, al menos hasta ahora. Santana Motor, Mercedes y Pegaso en Barcelona o más recientemente planta de Nissan también en Barcelona son historia de un sector puntero en la industria.

El proceso de transición acelerada del automóvil lleva parejo la reducción de las necesidades de mano de obra, y por tanto de plantas de producción. Esta reconversión forzada por la política viene acompañada, también, de dinero público, lo que hace que quien se asegura más puestos de trabajo son los países contribuyentes netos de la Unión Europea, o sea Francia y Alemania. Pero en paralelo, estamos viendo la aparición de nuevos fabricantes, la mayoría no europeos, que se están planteando inversiones en este viejo y decadente continente. España ha brillado atrayendo inversiones europeas, en ocasiones aportando ayudas comunitarias, pero ahora estamos hablando de otra cosa. El final de la producción del Fiesta es todo un símbolo. Hoy nada es igual a cuando Ford, Opel o Volkswagen decidieron invertir en España, lo primero es salvar los muebles en los países sede de las multinacionales.  

No son pocas las veces que hemos escuchado a políticos patrios que estaban a punto de producirse futuras inversiones por parte de fabricantes chinos. En la gran mayoría de los casos la ingenuidad de los políticos iba de la mano de la viveza de intermediarios o presentadores de negocio quienes han logrado unos ingresos, aunque detrás de cierto turismo empresarial y noticias interesadas no ha habido, ni habrá, ninguna realidad. Carece de sentido que un fabricante asiático invierta en España, salvo que se impusiesen aranceles. Siempre preferirán exportar o en el mejor de los casos invertir en Bulgaria o Rumanía, los países con salarios más bajos de todo nuestro espacio económico. Y cuando compran, lo hacen para adquirir tecnología. Lo hicieron con el Toledo de los juegos olímpicos, y a eso vinieron a Nissan, a ver si podían comprar tecnología, a nada más.

El caso de los fabricantes norteamericanos es diferente. Tesla o Rivian sí que se plantean plantas en Europa y, de momento, no somos capaces ni de llegar ni a la final. Rivian preguntó por las instalaciones de Nissan, pero no nos gustó el intermediario con el que venían y no les hicimos ni caso, tal vez escarmentados por los cantos de sirena de los chinos y sus acompañantes. Y a Tesla ni le despertamos la curiosidad, tenía muy claro que quería empezar por Alemania, todo un símbolo.

Ahora es bastante lamentable que de nuevo se nos escape una posible inversión de Tesla por nuestra torpeza. España, y Cataluña, no es ajena al polifacético empresario tejano. Su hermano, Kimbal Musk, se casó en Ampuria Brava, con invitados tan famosos como Barack Obama, Beyoncé o Will Smith. Luego se hizo selfies, bastante lamentables, con las broncas de otoño de 2017. Pero para un norteamericano que sabe poner nuestro país en el mapa vamos, no le hacemos ni caso.

Elon Musk ha visitado en el último año tres veces a Macron. Y Macron ha usado todo el poder de seducción y de la grandeur francesa para prometerle el oro y el moro si invierte en Francia en una segunda planta. También ha visitado Italia, en este caso para desarrollar un posible hub de inteligencia artificial. Por España ni le hemos visto, ni siquiera en nuestros mejores restaurantes con estrellas Michelin que sepamos. Los políticos, valencianos y estatales, han traicionado su confianza, revelando por motivos electorales las conversaciones y, lo que es peor, no se ha hecho nada por atraerle.

Puede ser que el Rey Juan Carlos tuviese una afición excesiva al mundo de los negocios, pero no puede negársele su habilidad para ayudar a los empresarios españoles. Ni tanto ni tan poco, porque parece que al Rey Felipe le quieren, al menos Sánchez, metido en una urna sin hablar de nada relativo a los negocios. Seguro que Elon Musk hubiese venido a España si el presidente del gobierno hubiese pedido una recepción en Casa Real. Pero no, ni Rey ni presidente del Gobierno, nadie, sólo filtraciones interesadas para intentar captar algún voto. La realidad es que Puig se ha quedado sin sillón y Valencia sin planta de Tesla.

Si el pasado reciente del automóvil español es brillante el futuro es más que preocupante. No tenemos otro dinero que el de los fondos europeos y evidentemente si competimos con franceses y alemanes algún problemilla tendremos. Si además no le ponemos cariño, el resultado es más que previsible.