Las elecciones son, cada vez más, sentimientos. Cada día son menos racionales. Eso de leerse los programas electorales es un oxímoron. Los electores deciden su voto con otros parámetros. El PP de Feijóo, con la alianza contumaz de Vox, han puesto en el top ten al antisanchismo. Hay que derogarlo, repite cada día Feijóo. Si lo vemos en la letra pequeña, derogar el sanchismo es dar un gran paso atrás en derechos sociales o en políticas medioambientales, o volver a instalarnos en políticas liberales y neoconservadoras que ponen el sujeto en proteger lejos de los vulnerables. Sin embargo, derogar el sanchismo, ese monstruo de siete cabezas como lo definió Pedro Sánchez en El Hormiguero, se ha convertido en una punta de lanza aderezada con el “que te vote Txapote”, como si el PSOE fuera un cómplice de ETA, algo que solo creen y dicen los pervertidos mentales, pero que tiene su público, como bien sabe Isabel Díaz Ayuso.
La derecha española ha impreso en letras de oro su escenario y el 28M le dio resultado. Menos del deseado y esperado, pero suficiente para que la alianza PP-Vox redujera sensiblemente el poder institucional del PSOE. La campaña de municipales y autonómicas fue afrontada por los socialistas como una campaña explicativa de logros. Erraron, porque apelaban a la razón y no a los sentimientos. El resultado, demoledor.
El antisanchismo presenta a Sánchez como mentiroso, manipulador, interesado, traidor a la patria, a los muertos por terrorismo, mediocre, prepotente y se le acusa de todos los males de la humanidad, incluida casi la crucifixión de Jesucristo. No es nuevo en política. Rajoy presentó a Zapatero como a un mediocre medio bobo, y a Felipe González como un ladrón de guante blanco. Es la degradación del contrario, más allá de la política. Es personal. Callarse ante este ataque es como en el futbol ceder la pelota al contrario.
Así estaban las cosas desde el 28M. El PP disparado en las encuestas y consolidando su poder municipal pactando, y cediendo, con Vox. El 17 de junio, el PP pasó de la contención al entusiasmo y redobló, con sus terminales mediáticas y empresariales, el acoso y derribo al sanchismo. El PSOE, por su parte, quedó noqueado tratando de minimizar daños internos y externos.
Parecía que el pescado estaba vendido. Algunos ya se esmeraban por aparecer cerca del líder, Feijóo, buscando hueco en la nueva Administración. Dieron por conseguido su objetivo y se dedicaban a enterrar a Pedro Sánchez y su sanchismo. Dieron por ganadas las elecciones del 23J. En ese momento, empezó su error.
En doble vía. Por un lado, errores internos con los pactos PP-Vox que se desmadraron en Valencia y Extremadura. Durante toda una semana, Sánchez desapareció del conflicto. El ruido estaba en Génova 13 y cuando aparecía el líder Feijóo a poner orden, el incendio se desmadraba. Por otro lado, el PSOE reaccionó y un Sánchez desencadenado inició un tour por emisoras de radio, de televisión y periódicos. Se lanzó a dar su explicación, se lanzó a buscar la emoción, los sentimientos de los votantes de izquierda y de los dudosos. Desde la derecha se rieron y lo minusvaloraron. No se dieron cuenta de que habían cortado muchas cabezas al monstruo de las siete testas, aunque se dejaron la importante, y el monstruo se creció ante la adversidad y dejó claro que no está dispuesto a tirar la toalla.
Mientras el PP se enredaba en el fango de los pactos, en el ruido de sables interno, con María Guardiola y Carlos Mazón como estrellas invitadas, y se hacía palpable que la brújula de Núñez Feijóo era inexistente, el PSOE se abría paso en el mundo mediático lanzando su mensaje. El Hormiguero, por ejemplo, batió récords con más de 22% del share. El PSOE, con Pedro Sánchez en su papel de candidato y jefe de campaña, se lanzó en tromba y primera conclusión: el muerto está muy vivo. Y además salió vivo. Desde Alsina a Pablo Motos.
Las encuestas lo están reflejando. Los socialistas están en su momento Rubalcaba -110 diputados- y el PP en su momento Rajoy -137-. Queda mucha campaña y un debate cara a cara entre Sánchez y Feijóo. De momento, el líder del PP que sigue la senda de Sánchez con entrevistas por doquier, pero se mete en charcos. Si yo fuera él, no hubiera aceptado el cara a cara no vaya a ser que le tiren a la cabeza los 0,12 euros del precio de las naranjas. Tal como están las cosas es para salir corriendo ante Sánchez. Feijóo se debe temer lo peor porque el candidato Sánchez está desencadenado y él entrampado. Levantar la bandera del antisanchismo no emociona, es sólo el espejo de la irritación, y si el PP no es capaz de ilusionar con mensajes en positivo hay partido de cara al 23J. Sánchez ha conseguido insuflar fuerzas a los suyos y se ha puesto al frente de sus tropas recuperando terreno.