Esta semana leía que las escuelas suecas regresan al libro como elemento central de su programa educativo, reorientando una política basada en el uso de la pantalla. Resulta muy interesante la principal razón que aduce la ministra de educación para un cambio tan radical: “se apostó de manera acrítica por la digitalización, sin tiempo a considerar sus consecuencias reales sobe el alumnado”.
Una decisión tan paradigmática como positiva: empezamos a cuestionarnos algunas de las grandes verdades que, de manera simplona, han conformado el mundo de las últimas décadas; y la más determinante era creer que los avances tecnológicos por sí solos podrían acabar por modificar la propia condición humana y conducirnos a un mundo mejor. Nada de nada: lo humano no varía y vamos a peor.
Desde el campo de la pedagogía se viene comprobando que una temprana e intensa digitalización conlleva la pérdida de capacidad lectora. Por ello, adquiere consistencia la propuesta de retornar a lo que ha sido esencial en la educación a lo largo de la historia: lectura, escritura y matemáticas. Por su parte, los profesionales de la salud mental señalan que la pantalla es ya la primera de las adicciones entre nuestros más jóvenes, origen de la genuina eclosión de patologías psíquicas infanto juveniles.
Lo que pretende revertir el gobierno sueco en el ámbito de la educación, también se ha dado en muchos otros ámbitos, entre otros la economía: de manera acrítica se han aceptado verdades que, soportadas en una lectura errónea o interesada de los nuevos horizontes digitales, han acabado por deteriorar la sociedad.
Si la pantalla ha provocado que alumnos hayan perdido hábitos esenciales en su base formativa, también la economía digitalizada ha aparcado aquella decencia colectiva que cohesiona y sostiene una sociedad. La extraordinaria fractura digital que se anunciaba no se ha dado, pero sí ha servido para legitimar una desigualdad rampante e impúdica; que no se reconduce con el retorno del libro a las aulas, aunque quizás éste sí sea un buen primer paso.