“Cataluña y España se empobrecen respecto al resto de Europa”, según el último documento del Cercle d’Economia, que cae del lado del previsible vuelco electoral en la primera vuelta del próximo domingo. La tendencia nace del análisis de los últimos 15 años, pero incide en la carrera municipalista en plena estampida de Núñez Feijóo. En todo caso, el prestigioso foro de opinión destaca con razón la pérdida de peso económico y la enorme brecha social.

En Cataluña solo cabe desandar lo andado en la década perdida. Pues si ha llegado la hora de hablar, hablemos claro. De momento, solo nos vamos despertando a fuerza de un desvelo proustiano —Longtemps, je me suis couché de bonne heure..., empieza À la recherche du temps perdu— reiterando que vuelva el modelo público-privado a una Barcelona con nuevos bríos, sin olvidar a la corona metropolitana, el planeta rojo; consenso, paciencia y, ¡ah!,, un poco de aeropuerto, con unas gotas de geopolítica, la nueva ciencia lúgubre.

Ada Colau no desandará nada porque confía en su voto oculto, que no es menor; Xavi Trias, ciudadano de Ganduxer, es la negación de la elocuencia, mientras que Collboni estará pinzado, aunque saque un voto más que el resto. A Ernest Maragall le encomiendo rezos desde la capilla francesa de la parroquia de la Concepción. Esquerra y Junts son vasos comunicantes: si sube ERC baja Trias y si sube Trias —como está ocurriendo— baja ERC.

El Cercle ha lanzado un documento a base de agregados: Barcelona, Cataluña, España, Europa y algo de G-7. Ha llegado la hora de la reunión anual y el foro nos ha endilgado 17 páginas de buenas intenciones bajo la batuta de Miquel Nadal, director general de la institución y ex secretario de Estado de Exteriores, en un Gobierno de Aznar. Le acompaña un sanedrín de sabios: Teresa García-Milà, Núria Cabutí, Oriol Aspachs, Nuria Mas, Jordi Amat, Xavier Vives. En el documento, que superó el visto bueno de la junta, no hay síntesis y sobran datos de entorno. Me pregunto ¿dónde está la munición que usaba Lara Bosch? ¿Qué se ha hecho del vivo sin vivir en mí pisando callos de Carles Tusquets, Juan Antonio Delgado, Quique Corominas, Joan Molins y Pedro Fontana? ¿Y del arreglo elegante del profesor Antón Costas, maestro de la ambigüedad galaica, que nunca se deja lo primordial en el tintero? La historia del Cercle está teñida de entretelas liberales, como las de Ferrer-Salat, Mas Cantí y Güell de Sentmenat, pinzadas por opiniones más duras de dulce pelaje, a cargo de los llorados Estapé y Lluch o del inolvidable Josep Piqué. Contó en su momento con la displicencia de economistas pasados al cientifismo, como Eduardo Punset, y hasta tuvo enemigos entrañables, como Ramón Tamames, autor apócrifo del cisma de Abascal.

El Cercle espera ahora un cambio de civilización, pero parece que alienta el avance del bloque de la derecha. Nadal ha puesto el acento conservador en la casa del pensamiento económico y su presidente, Jaume Guardiola, lo avala. La distancia entre Círculos, el de Madrid y el de Barcelona, se estrecha. El Ibex 35 y la academia se fusionan, mientras los cerebros catalanes abandonan el país en busca de los mercados globales. El 1-O acabó dañando la sala de máquinas de una economía acostumbrada a tejer alianzas entre las universidades y las empresas, el auténtico cráter de la hegemonía social de nuestra clase dirigente. El capitán de industria, representado en su día por los Casimiro Molins, Mercader, Miguel Torres (padre), Santiago Fradera y Salvador Alemany se ha convertido en el silencio incómodo actual de los Marc Puig y Francesc Rubiralta, patrones de segunda o tercera generación, bajo los jarrones chinos del pasado.

El Cercle habla de buscar amplios acuerdos en un momento en el que los grandes partidos, el PSOE y el PP, parecen arrastrados “de forma inexorable hacia los extremos”. ¡Viva la neutralidad! En el caso de Barcelona, el documento acentúa la necesidad de “pasar página y de establecer una gobernanza más acorde con los intereses del conjunto de la sociedad”. Colau es la mala, pero el documento no dice que el Govern de la Generalitat es el limbo del nacional populismo, una ideología que conduce de la democracia liberal a la democracia amputada, como ha escrito Guillermo Altares en Los silencios de la libertad.