Mateu Alemany piensa que para ser feliz hay que aprender a saber, no a poseer; es justo lo que dijo Nuccio Ordine al enterarse de que había ganado el Princesa de Asturias: sapere aude. Alemany no estará en la junta de Laporta, el camarote de los hermanos Marx. A partir de ahora, las delicias de Groucho serán de otro, tal vez de Jordi Cruyff, pero creo que ni eso, porque el fill de l’amo tiene otros planes.
Alemany se va a la Premier, al Aston Vila; es el último abandono y se va como unas castañuelas, a ganar una pasta gansa cantando Every day es fiesta en Cala Boix. Claro que llegará el invierno y el Villa Park se pondrá glacialmente húmedo, junto al bosque Lickey Hills de Birmingham, que no resulta tan paisajista como lo pinta Tolkien en El señor de los anillos.
Alemany, descendiente de chuetas –judíos conversos de Mallorca—, es el más listo. Tuvo la templanza de decirle que no a Florentino cuando el presidente del Real Madrid, el gran lobista de ACS, le propuso ser el director general del club merengue. Ha sido presidente del RCD Mallorca en dos ocasiones y director deportivo del Valencia; él es quien mejor conoce las canteras del fútbol en términos del cociente precio/calidad. También ha sido el paño de lágrimas de Laporta, el Kennedy catalán, a quien le debemos —junto a la quinta del biberón de 2003— el odio de la grada al himno de España y, lo que es peor, al de la UEFA, que pronto nos castigará sin remedio por el caso Negreira.
Si se va Alemany, después de levantar a un equipo que está ganando la Liga, es porque el asunto no tiene arreglo. Hace pocos días el club remitió a sus socios una encuesta de opinión sobre la posibilidad de convertir al Barça en una sociedad anónima deportiva (SAD). Es el primer paso hacia la desnaturalización y, ante eso, lo mejor es huir del Titanic saltando por la borda, como hace Mateu. La única salida contable del club, en situación de quiebra técnica, es tapar el pasivo con recursos propios, fruto de una ampliación de capital. Es decir, el Barça, al convertirse en una sociedad mercantil, podría dar entrada a nuevos accionistas, privados o institucionales (fondos y bancos) y uno de ellos sería Goldman Sachs, el primer acreedor actual. ¿Quiénes serán los otros accionistas importantes? No lo podemos saber hasta que se cubra la ampliación, pero serán sin duda suscriptores de las nuevas acciones, vinculados al entorno de Laporta. ¿A qué precio se convertirán los socios en accionistas? Dividiendo el neto patrimonial de la entidad por el número de socios.
¿Es una traición al més que un club? No, es la única salida, después del descalabro de Bartomeu, un señor lamentable que antes de saltar del Titanic lo descapitalizó. El día en que este pobre hombre, el tal Bartomeu, dijo que el Barça, gracias a Goldman Sachs, podía tener financiación ilimitada, lo supe. Se me abrieron los ojos al compararlo con el antiguo Banesto de Mario Conde, financiado por el City Bank, el Grand Tibidabo de Javier de la Rosa, o la inmobiliaria Hábitat de Bruno Figueras. A la larga, la deuda inasumible empobrece y el Barça acaba de ampliar su deuda en 1.500 millones para hacer el nuevo Camp Nou.
No es el fin de la historia, es el cambio de naturaleza en una economía financiarizada, que ha convertido las cajas de ahorro en bancos. Se acabó la economía corporativa del pasado, un esquema de la Economía Social de Mercado, el modelo del llamado Capitalismo Renano. Aunque no tenga entrañas, el mercado reparte los recursos de forma eficiente. No es el fin, pero sí el fin de una pertenencia malbaratada. Prefiero mil veces antes al pobre Núñez y a sus amigos de la gerontocracia blaugrana que la caterva revisionista de Laporta y Sandrusco.
La Liga le exige al club unos beneficios de 250 millones para poder fichar en verano. Si vuelve Messi, “cané y descangayado...”, será porque aporta ingresos en materia de patrocinios; y entonces, ladera abajo, la bola de nieve se hará más grande. Adiós Mateu, mos diem coses.