Las aventuras y desventuras de Birgitte Nyborg, la primera mujer en alcanzar el cargo de primer ministro de Dinamarca gracias a una complicada ingeniería de alianzas en la conocida serie de Netflix. A eso se dispone Yolanda Díaz, que no alcanza a cerrar un acuerdo con Podemos, el partido de resentidos y perdedores. El Borgen de Yolanda empezará por Cataluña, donde Sumar cuenta con el germen de la nueva izquierda española, alrededor de los comuns y el PSC, si los primeros son capaces de abandonar la ambigüedad en materia de autodeterminación y los segundos mantienen su voto mineral.

Ahora mismo estamos viviendo la caída de la Generación del 2003 en el Barça de Laporta, incapaz de defender la cuna de nuestro fútbol. Es el último tropiezo del fin del sorpasso indepe en todos los campos, el que tuvo su canto de cisne político en las figuras de Artur Mas, Oriol Pujol, Francesc Homs o David Madí, todos apuntados por incriminaciones en materia de corrupción; la ventolera del cambio se está llevando también a los aliados del nacional-futbolismo catalán de Laporta, Bartomeu, Sandro y compañía, todos integrantes del corte soberanista marcado por el fracaso del actual presidente del Barça de entrar en política o del anuncio ridículo y frustrado de Sandrusco por hacerse con la alcaldía de Barcelona, después de malograr el sello profesional del club a base de negocios paralelos. Y de fomentar el aliento mafiosillo del toque Negreira.

Yolanda conseguirá el salto electoral en las generales de diciembre, si supera las municipales del 28M, a las que no se presenta, pero hace campaña con Mónica García en Madrid y en un montón de suscripciones de la España vaciada. En las primarias de mayo, se presume un fracaso en toda regla, como el que registró Gaspar Llamazares, en 2015, pese al millón y medio de votos de Izquierda Unida. PP y especialmente Vox han dejado de moverse en el país interior y esperan en silencio obtener más escaños que votos. No ha cambiado la estructura de la población y la derecha saldrá reforzada mientras ronde el fracaso de la izquierda desunida por el izquierdismo, una enfermedad crónica, una melé de siglas y señores de la guerra que negocian cargos, muy lejos de la única felicidad posible, la propuesta en El deseo interminable, el último libro de José Antonio Marina.

El principio de Arquímedes levanta el voto de Yolanda; allí donde pierda Podemos ganará la líder de Sumar; ¿ganará el mismo volumen de diputados que pierda Unidas Podemos? No; la inercia de Arquímedes se cumple, pero no matemáticamente y Santiago Abascal lo sabe; él prepara su rifle de precisión, embrida el caballo y se va monte abajo, más allá de las dehesas, donde abundan el jabalí y el ciervo. Podrá cazar y pescar a sus anchas, mientras la despoblación de la meseta tibetana, aliento permanente de Frascuelo y sacristía, reza, come y pace en trashumancias. Las bofetadas serán en Madrid con el boicot de Ayuso a las viviendas públicas que incluyen la ley recién plasmada en el Congreso. Se amontonarán en Valencia, si Compromís y PSOE caminan juntos, y se harán un ovillo en Barcelona, donde los comuns pueden colocar en la alcaldía a Jaume Collboni.

Será el primer paso de Yolanda, una suerte de ofrenda ante el altar de Copenhague, bautizado como Borgen, el término coloquial con el que se conoce al palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes del Estado, en la capital de Dinamarca. Hay que tener mucha personalidad para rascarle a Sánchez ni que sea un trocito de la Moncloa, en el caso improbable de que los astros se alineen.

De momento, ella señala a la Luna y los necios miran a su dedo, como reza el dicho confuciano.