Permítanme que les diga con el debido respeto –como si estuviéramos en un episodio de Los Soprano— que la candidatura que acompaña a Xavier Trias para competir por la alcaldía de Barcelona es ropa vieja. Una oferta política que, al igual que múltiples recetas de la cocina tradicional latinoamericana, española o sefardita, se basa en el aprovechamiento de recursos y sobras de guisos anteriores. Atrás queda la pretensión del candidato de Junts de aparecer como un político libre de tutelas puigdemontistas. Atrás queda también su supuesta transversalidad superadora de los avatares y despropósitos del 2017. Conozco bien a Xavier Trias y es posible que haya asumido en su fuero interno que la sociedad catalana ha cambiado, que las preocupaciones de los ciudadanos de hoy no son el viaje a Ítaca de Mas, sino la cesta de la compra, la seguridad o el cambio climático.
Quizás el candidato de Junts sea consciente de todo eso y muchas cosas más; no lo dudo, pero sigue atrapado en la tela de araña que se teje desde Waterloo. De poco sirve acudir al desván convergente para desempolvar a Joana Ortega. La presencia de la exvicepresidenta de la Generalitat en la lista no solo no consigue moderar su contenido, sino que evidencia sus debilidades. El otro miembro del PDECat en la lista es un elemento meramente testimonial. Todo el mundo sabe cuál va a ser la resultante de colocar una paloma democratacristiana junto a un halcón como Josep Rius alimentado con resentimiento desde tierras de Brabante. Ropa vieja son también la exconsellera Neus Munté y el sempiterno y belicoso concejal Jordi Martí Galbis. Por no mencionar a Ramon Tremosa, reconocido fabricante de bulos y fake news que llevó sin rubor a las instituciones europeas el pisotón del futbolista Pepe a Messi, repartió informes falsos para perjudicar a otros diputados comunitarios y publicó en las redes sociales una portada falsa de la revista Time. Sin olvidar a Francina Vila, la concejal que, antes de aprobar en el ayuntamiento unas oposiciones bajo sospecha, calificó a un diputado de la CUP de perroflauta. Por mucho que Xavier Trias oculte el nombre de Junts en la papeleta de su candidatura, o cambie el diseño gráfico de su campaña, la ropa vieja que cocina sigue siendo rancho cuartelero made in Waterloo. El aditivo Ortega deviene insípido, inodoro e incoloro: agua. Por cierto, lista la de Trias que fue aprobada por su partido con casi un 25% de votos en contra.
A lo largo de los últimos meses hemos observado en algunos sectores de Junts el deseo explícito de volver a recuperar la política útil que aplicaba la vieja Convergència i Unió. Entre otras muchas iniciativas y eventos se han prodigado los intentos de rehabilitación de la figura de Jordi Pujol, al mismo tiempo que se han insinuado posibles pactos poselectorales sin vetos patrióticos. Ya saben, las maldiciones de momento solo afectan a Vox. Hay que reconocer que Trias, tras la bravuconada de considerar que las elecciones se dirimen entre él y Ada Colau, lanzó mensajes conciliadores y apuntó un cambio de actitudes. Pero todo ese discurso se difumina y se va al garete cuando su guiso de ropa vieja desprende efluvios procedentes de Waterloo, cuando Jordi Turull es incapaz de jubilar a Laura Borràs y los talibanes pululan envalentonados por su candidatura. Desgraciadamente para Barcelona y Cataluña Xavier Trias y Junts, con y sin disfraz, son sinónimo de inestabilidad política. Lo serán hasta que no sienten la cabeza. Los que peinamos canas recordamos una pegatina que apareció en la campaña electoral de las elecciones municipales de mayo de 1983 en la ciudad de Barcelona, que decía: “Si tries Trias traga Fraga” (el candidato de CiU era Trias Fargas). En la actualidad la cosa iría de: “Si tries Trias tries enrenou”.