En el año 2013 se inauguraba en la Fabra i Coats la primera exposición de Pilvi Takala (Finlandia, 1981) en Barcelona. La muestra, titulada Slight Chance, daba a conocer sus primeras performances y videoinstalaciones, en las que la artista finlandesa demostraba su interés por orquestar situaciones incómodas con la misión de comprobar cómo nos desenvolvemos en las convenciones sociales.

La exposición incluía, por ejemplo, una videoinstalación donde la propia artista aparece vestida de Blancanieves a las puertas de Disneyland, rodeada de niños que quieren saludarla. Entonces un empleado de seguridad se acerca a ella y le ordena que se vaya porque los niños la están confundiendo con la Blancanieves “real”.

Todo es mentira

“Pensaba que la Blancanieves real era un dibujo”, responde ella. Su irónico gesto no solo pretende contraponer una conducta supuestamente equivocada –la suya— con una conducta esperada (la del guarda), sino mostrar los límites entre el capitalismo real y la ficción animada. En un parque de atracciones donde el lema es “dreams come true”, resulta que todo es mentira: solo Disney está autorizado para hacer soñar a los niños.

“Es muy humano crear estos estrictos sistemas normativos que todos seguimos y nos sentimos en cierto modo bien cuando estamos dentro, pero, por supuesto, es mega opresivo”, comenta la artista finlandesa al diario The Guardian a raíz de la exposición en solitario que acaba de inaugurarse en el Goldsmith College de Londres (19 marzo-4 junio).

"Es muy fácil hacer un mal uso del poder"

En la exposición se muestran algunos de sus trabajos más recientes, como Close Watch (2022), una videoinstalación presentada en el Pabellón de Finlandia para la Bienal de Venecia de 2022, basada en filmaciones ocultas que la artista logró mientras trabajaba como guardia de seguridad de la empresa Securitas en uno de los mayores centros comerciales de Finlandia. Mediante cámaras ocultas y filmaciones de sus compañeros, la artista expone algunos de los parámetros ocultos del sector de la seguridad privada, como el racismo y la misoginia que experimentan sus trabajadores. Por otro lado, la obra también intenta cuestionar el concepto de seguridad en sí. “¿Qué significa vigilar y gobernar el comportamiento de los demás?, ¿deberíamos tener esta disposición a que, en nuestra sociedad, algunas personas tengan el poder de infringir nuestros derechos básicos?”, se pregunta Takala en una entrevista para The Art Newspaper. “Toda la cuestión de la vigilancia y el control es muy compleja, y no sé qué pasaría si no tuviéramos este sistema. Es muy difícil mantener el sistema en buen estado. Y es muy fácil hacer un mal uso del poder”, reflexiona.

Takala empezó a interesarse por las convicciones sociales y los modelos opresivos de conducta que se generan en la sociedad occidental en el año 2004, durante una estancia de estudios en la Escuela de Arte de Glasgow. A la artista le llamó la atención la “línea invisible” que separaba a los estudiantes de la escuela de arte de las alumnas de un colegio católico para niñas que había justo al lado. Así que decidió investigar qué pasaría si se vistiera con el uniforme del colegio y cambiara de escuela sin decírselo a nadie. Lo que ocurrió fue que sus compañeros de la escuela de arte la ignoraban, como si su nuevo atuendo la hubiese vuelto invisible. Su investigación artística se terminó de golpe cuando uno de los profesores de la escuela católica descubrió que era una infiltrada y los directores de la escuela de arte la obligaron a suspender el proyecto.

Las contradicciones

Sin embargo, Takala siguió dedicando su obra a llevar a cabo este tipo de performances e infiltraciones que rompen con los tabúes respecto a normas y grupos sociales, desde pasearse con una bolsa transparente llena de dinero por un centro comercial a hacerse pasar por becaria en la consultoría Deloitte (The Trainee, 2008). Su aparente inacción –se pasaba los días “pensando” o subiendo y bajando en el ascensor— despertó malestar entre los otros becarios y compañeros de trabajo, a pesar de que muchos de ellos perdían el tiempo navegando por internet.

En 2011 el escenario elegido para su performance fue el Parlamento Europeo. La artista escribió un e-mail a la oficina de información de los 19 Estados miembro para informarse sobre el código de vestimenta para acceder al recinto, y descubrió que los únicos requisitos eran tener una tarjeta de acceso y no llevar camisetas con eslóganes políticos. Sabiendo esto, la artista consiguió su credencial y entró en el Parlamento vestida con camisetas que llevaban estampadas las 19 respuestas recibidas por e-mail. La credencial solo permite el acceso a determinados actos, pero en imágenes grabadas con cámara oculta la vemos entrar y salir de un foro sobre derechos humanos, una presentación del Príncipe de Libia o degustar vino y quesos en un bufé, a la vez que lidia con empleados de seguridad, burocracia y normas de acceso. Tal y como observa la crítica Christie Lange en la revista Frieze, el comportamiento de Takala no es abiertamente perturbador, pero su falta de respeto por el código de vestimenta y el uso excesivo de los privilegios de su insignia son suficientes “para poner de manifiesto la falta de unidad subyacente en el órgano de gobierno” y las contradicciones del poder.