Antes que nada, que quede claro, la culpa es de Madrid. El victimismo, tras esta última década de ilegalidades y mentiras políticas, siempre socorre a los prohombres catalanes. Nadie confiesa que ha fallado, que ha huido, que ha robado en el Palau de la Música, que se ha llevado el dinero a Andorra o que ha pagado a los jefes del silbato.
Al exvicepresidente del arbitraje español José María Enríquez Negreira le untaron con siete millones los últimos cuatro presidentes del Barça. Estuvo cobrando desde 2001 hasta 2018, año en el que perdió el cargo y, claro, perdió su influencia. En esos 17 años, sus servicios solo fueron contratados, curiosamente, por el Barcelona. Pero no es lo que parece, o sea corrupción. Es un nuevo complot de España contra los patriotas.
Josep Pla publicó los Homenots, retratos de 60 ilustres catalanes. Esa palabra significaba “marimacho”, pero el escritor ampurdanés le dio otro contenido: “Tipo singular, insólito, una persona que se ha destacado en cualquier actividad de forma remarcable”. Pla los retrató con admiración, pero con un punto de sorna. El mejor prosista que ha tenido Cataluña, escéptico y poco dado a los sentimentalismos, opinaba que los catalanes somos “unos lloricas” con tendencia al “escapismo” y a “sentimientos de frustración enfermiza”.
Andaba pensando en volver a Pla y a sus retratados cuando me enteré de la muerte de Félix Millet, expresidente del Palau de la Música. Condenado a nueve años de prisión, falleció con sus bienes embargados tras el escándalo que salpicó a Convergència. “¿Quién lo hubiera pensado?”, escuché atónita cuando lo detuvieron en 2009. Llevaba desde 2002 siendo investigado, pero tardaron en acusarlo. Era uno de nuestros prohombres, el que nos contó que en Cataluña mandaban 100 familias.
Tuve ocasión de tratarlo mientras fui directora del Liceu de Barcelona. Me vino a ver nada más ocupar yo el cargo; el suyo parecía de por vida. Dejó claro que nuestros teatros tenían que ayudarse. Quería decir que la casa de ópera estaba obligada a contratar al Orfeó –y pagarle mucho más que a otros coros—, a publicar anuncios en la revistilla del Palau –por un precio igual al de La Vanguardia— y a apoyar con algunas otras “cosetes”. Cada vez que su Mercedes aparcaba en la puerta del teatro de Las Ramblas, salía huyendo por los pasillos.
Todo el mundo sabía que Millet estaba apadrinado por Jordi Pujol y que el Palau era, por estatutos, entidad protegida de la Generalitat. Millet ya había tenido un tropezón en 1983, cuando pasó dos meses encarcelado por una estafa de la Sociedad de Inversiones Renta Catalana. No fue óbice para que, posteriormente, fuera nombrado como vocal de todo tipo de patronatos y consejos.
La impunidad del poder no tiene límites. Algunos la pasean en olor de multitudes. Ahora mismo, el ex molt honorable está en plena campaña para convencernos de que nada de lo visto, oído y leído es cierto. Blanquear a Pujol, a su mujer y a todos sus hijos, hacer que desaparezca el dinero de Andorra y no se vuelva a hablar sobre las comisiones cobradas por la prole parece un objetivo asumible. El patriarca vuelve a sermonearnos aunque no se atreve aún a recordarnos aquello de la “feina ben feta”.
En esas lides nacionales estábamos cuando los técnicos de Hacienda pitaron falta al Barça. Joan Gaspart, Joan Laporta, Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu eran presidentes del club mientras se pagaban siete millones de euros al entonces vicepresidente de los árbitros. Los cuatro serán llamados a declarar, pero solo los dos últimos, Rosell y Bartomeu, pueden ser imputados. Sus posibles delitos, coincidentes con sus mandatos, aún no han prescrito.
No piensen mal. Todo fue en defensa propia. Del Barça… y de Cataluña. Gerard Piqué “pone la mano en el fuego” por su antiguo equipo. Y apostilla: “Estamos acostumbrados a las conspiraciones”.
No van a ser menos los expresidentes blaugranas que los políticos independentistas. Tan burda y cansina es la estrategia que, a falta de la Moreneta en el palco del Camp Nou, el domingo subió al altar Pep Guardiola. Como nunca lo había hecho desde que dejó el club, la cosa debe ser grave.
Salir al balcón envolviéndose en una bandera tiene larga tradición. Le salió muy bien a Jordi Pujol en el pufo de Banca Catalana. Ya entonces fue una conspiración de Madrid. En casi medio siglo, algunas cosas no han cambiado. En Cataluña sigue la corrupción al vent.