Un banco no es una oenegé. Es una empresa. Su negocio es simple: consiste en obtener el dinero bien barato y prestarlo a continuación lo más caro posible. Una tienda de dinero, lo repito con insistencia como metáfora. Allí vamos los usuarios a comprar el capital que necesitamos y no tenemos. A ellos les confiamos nuestro efectivo para que lo custodien, hagan pagos en nuestro nombre, transfieran o cualesquiera otros servicios, y ellos intentan pagar poco o nada por lo que tenemos depositado y aplicarnos costes por esas prestaciones que nos brindan y evitan que el riesgo duerma a diario con nosotros bajo el colchón.
Pero en tiempos de tanto coleta suelto, de tanto profesional del populismo, la banca vive estigmatizada. Sus detractores presentan el sector ante la opinión pública desinformada como los malvados y diabólicos protagonistas del capitalismo actual, salvaje, despiadado e inhumano. Es quizá el sector más reconvertido de la actividad económica en las últimas décadas; por supuesto, también es el más regulado. Sin embargo, no logran desprenderse del imán que atrae el protagonismo de cualquier crisis. Sin tiempo a recuperarnos aún de la de los microconductores, de la guerra en Ucrania y del encarecimiento de la energía ya hemos encontrado otra motivación para darnos un baño de agua fría como sociedad. Y, claro, de nuevo la banca en el núcleo de la acción.
El Silicon Valley Bank (SVB) ha caído en Estados Unidos y las alarmas se han disparado. ¿Qué le está pasando al sector que a las pocas horas un gigante suizo de las finanzas también debe ser salvado por sus propios competidores? La del SVB y la de Credit Suisse son realidades distintas, pero con un nexo común. Lo sucedido es el final de años de dinero gratis. Sí, lo que se conoce como tipos de interés negativos. A partir de lo sucedido con las hipotecas subprime en EEUU, los bancos centrales norteamericano y europeo pusieron en práctica una política sistemática de bajar el coste del capital. El dinero no costaba nada. El Banco Central Europeo (BCE), el encargado de regular la banca que consumimos los españoles, quería que el dinero circulara, fluyera sin dificultad, para que la reactivación económica fuera más rápida. E introdujo grandes cantidades de dinero en el sistema para acelerar la salida de la recesión.
Esas políticas se han acabado porque, como todo en la vida, han alcanzado el límite de su eficacia. Por supuesto, porque nadie se quejaba de un problema de liquidez mundial (quizá todo lo contrario), sino de una inflación galopante que se nos ha instalado en la mochila. Volver a elevar los tipos de interés ha sido la respuesta inmediata decretada por la Fed estadounidense y el BCE del Viejo Continente. Y, claro, algunas entidades bancarias han digerido mal el cambio de vía tan súbito. Esos bancos citados, por ejemplo, han tenido que ser auxiliados por sus colegas. A saber qué inversiones acumulaban durante esos años en activos de mucha rentabilidad, pero escasa liquidez. Es el mal de muchos, sobre todo de los empecinados en mostrarse más listos cuando poseer dinero no rentaba nada y había que conseguir máxima ganancia con otras alternativas.
Pero no, la banca clásica, la banca comercial, la banca retail, es sólida. Cobra nuestros salarios, pensiones o rentas y nos las entrega y administra según le decimos. En España casi todas las entidades son locales (la banca extranjera siempre ha pinchado en la piel de toro) y conocen el mercado y sus singularidades a la perfección. Por si todo eso fuera insuficiente, atrás quedó la bolsa inmobiliaria que se tragaron cuando estalló Lehman Brothers y se presentan aseados y entrenados para lo que viene.
Así que tranquilidad máxima. Si existe un sector que tiene la lupa encima de manera constante por su condición sistémica es el financiero. Y ni Caixabank, Santander, Sabadell y algunas pequeñas entidades que aún subsisten, tendrán problema alguno en esta mal llamada nueva crisis financiera. En tiempos de interés negativo, las sucursales del banco que preside José Ignacio Goirigolzarri eran el primer comercializador de televisores Samsung en España. Vendieron alarmas, seguros y todo lo que podían para mantener la solidez, el negocio, el empleo posible y la garantía del ahorro de sus clientes. Se reinventaron cuando fue necesario. Resistir es vencer.
Siempre existirá algún desatalentado que brame que la banca nos roba. El populismo y las fake news se retroalimentan peligrosamente. No, no nos roba más que otros sectores con mejor imagen. Harían bien esos perroflautas ideológicos en poner el foco en lo tecnológico, por ejemplo, que supone un gasto creciente de los hogares y es en estos momentos una auténtica selva. Mientras, por el bien de todos, deseemos ¡larga vida a la banca!