El grupo socialista del Congreso y sus ministros son “un puñado de fascistas”, según afirmó Lucía Muñoz Dalda durante su intervención contra la propuesta de reforma de la ley del ‘sí es sí’. Esta diputada de Unidas Podemos está graduada en Ciencias Políticas, se deduce que domina con absoluta precisión los conceptos que emplea. Pedro Sánchez no ha negado esta calificación, pero sí se ha empeñado en asegurar que él, su grupo y sus ministros y ministras son feministas. Luego estamos ante un Gobierno formado por un puñado de fascistas feministas, en coalición con un grupo que dice ser de izquierdas, pero que no hace ascos en pertenecer a un gobierno liderado por fascistas. Sobran comentarios sobre la capacidad intelectual del clan de politólogos podemitas.
Otra intervención digna de estudio fue la de Pilar Vallugera, diputada de ERC. Con un tono y unos gestos que sobrepasaban la soberbia y la superioridad moral, “describió” las dos principales causas del “problema” de la ley. En primer lugar, las rebajas de condena y las excarcelaciones que se han producido en los últimos meses son consecuencia de las decisiones de “algunos jueces patriarcales” o lo que (no) es lo mismo de “la determinación y sentido político que gran parte de la judicatura tiene todavía de permanecer o de pertenecer a una mirada sobre la realidad antigua”. La segunda causa, según ella y por la que ha se visto abocado el PSOE a reformar la ley, ha sido el comportamiento de los medios que con los datos de rebajas de penas han manipulado la realidad, y de ahí los resultados adversos en las cuentas. Al final aseguró que el feminismo está roto, y concluyó con un extraordinario canto a la contradicción congénita del independentismo: “El Estado no se lo merece, las mujeres de este Estado no se lo merecen”. Oído por boca de alguien que no cree en el actual Estado, militante de un movimiento separatista, en esencia supremacista, que llama ñordas a las mujeres españolas. Declararse independentista, feminista y de izquierdas es un oxímoron de primero de primaria.
Manuela Carmena se quedó corta cuando afirmó que el comportamiento de estos políticos podemitas y demás acólitos es un ejemplo de “soberbia infantil”. El disparate y el bochorno se ha adueñado de nuestras señorías, los han normalizado. La deriva ha llegado a tal punto que Carmen Calvo ha calificado las palabras de Lucía Muñoz como “una intervención pornográfica que no ayuda a las mujeres”. Y ante las brutales críticas a las que está siendo sometida, la exvicepresidenta ha respondido: “tengo concha para aguantar muchas cosas”. Sobran comentarios sobre la polisemia.
Los derechos conseguidos son irrenunciables, y el empoderamiento femenino ha dejado de ser excepcional y cada vez es más cotidiano. Pero pese a todo lo alcanzado, en toda la sociedad siguen sobrando numerosos micromachismos, persiste demasiada violencia machista. Es un error convertir al feminismo en un cajón de sastre donde quepa cualquier reivindicación en pro de la igualdad de los seres humanos. Los objetivos son convergentes, hasta los caminos pueden ser paralelos. Quizás haya llegado el momento de redefinir el campo semántico del propio feminismo.
En España, después de una larga y secular lucha por la igualdad y los derechos de las mujeres y de una acelerada exposición pública tras las protestas de 2018, el feminismo no está roto. Son sus líderes las que están manipulando el movimiento y lo han llevado al borde del abismo, en beneficio de sus espurios intereses políticos. Ahora, como si fueran Telma y Louise al final de su huida, el coche oficial está detenido en el aire y en el centro de la pantalla. Al feminismo ministerial le espera el precipicio.