La guerra sucia de las cloacas del estado es ya solo un recuerdo lejano. Las pruebas son demasiado demoledoras para que Laura Borràs recoja muestras de apoyo. Si cuando llego el juicio apenas unas decenas de seguidores la arroparon junto a un tímida representación de su partido, con el paso de los días el ardor guerrero para arropar a la presidenta de Junts y presidenta suspendida del Parlament, conviene no olvidar ambos títulos, ha decaído hasta ser poco menos que una nimiedad.

Las cloacas del estado han desaparecido bajo otras cloacas que se colaron en el Institut de les Lletres Catalanes bajo el mando de la supuesta víctima, ahora verdugo, Laura Borràs. La entonces presidente hizo y deshizo a su antojo. En el juicio sus antiguos colabores y funcionarios la señalan como la cabeza del iceberg que hizo oídos sordos a las advertencias. La soberbia y la suficiencia hicieron el resto. Correos electrónicos y conversaciones lo demuestran. Se entiende así el interés de la consejera de Cultura cuando estalló el caso. Lo primero que hizo Laura Borràs fue llamar al consejero de Interior para preguntar eso tan manido "¿cómo está lo mío?". Y encima lo contó. La jueza cambió Mossos por Guardia Civil y empezó el calvario.

Desde entonces, desde Junts y desde Waterloo se elogió la figura de Borràs y se le dio apoyo. Encima la "perseguida por el lawfare" arrasaba entre los suyos. En el congreso y en favor de la salida del Govern. En este punto, empezaron a flaquear los apoyos y aumentaron las críticas que comportaron tensiones internas. Solo le quedaba a Borràs un pequeño núcleo de fieles, tocado también por el escándalo de presiones a periodistas en TV3, y el postureo de la dirección comandada por Jordi Turull. Encima Josep Rull, el único que ahora se puede presentar como candidato a cabeza de lista, ponía tierra de por medio con Borràs. También Puigdemont pasó a la reserva.

Lo poco que quedaba se ha diluido. En el mundo de Junts impera el silencio de los corderos. Los ardorosos defensores de Borràs guardan silencio porque en el juicio pintan bastos. Las pruebas y los testimonios son demoledores. El cerco se estrecha y todos se alejan para no ser absorbidos por el tsumani que se avecina con la sentencia. Los intentos de Gonzalo Boye para mantener el pulso en el escenario político otrora solemnes ahora suenan a ridículos.

En el mundo del silencio de los corderos lo que si aumentan son las cábalas para dibujar un nuevo escenario, y un nuevo líder. Son irrelevantes en Madrid, por mucho que Mirian Nogueras haga perfomance con la bandera española. En el Parlament están desubicados y fuera del Govern. Los que quieren ser candidatos mueven ficha y todos pasan por la vicaría de Xavier Trias, que no ha ganado todavía nada pero que manda en su partido. El tuerto es el rey en el país de los ciegos, dice el dicho.

Trias, Rull y Giró parecían desahuciados y ahora emergen como figuras que pueden hacer recuperar el pulso a un partido dado que la lideresa está agonizando. No en vano ni Trias, ni Rull, ni Giró se han prodigado en apoyos a Borràs. Ni Batet ni Turull, por cierto, que se han esfumado en la densa neblina que crece alrededor del Tribunal Superior de Justicia.

Borràs está sola. Nadie la apoya, pero tiene carácter y es impredecible su reacción tras la sentencia. No tiene sentido envolverse en la bandera, pero no descarten nada. Entonces el silencio de los corderos se agitará y empezará el griterío para hacerse con el poder tras las municipales y preparando las autonómicas. Junts es un partido convulso que se ha refundado en varias ocasiones. Algunos ven el futuro como la oportunidad para formar el partido definitivo, pero todo dependerá de la reacción de Borràs, que no perdonará que la hayan dejado sola.