La política catalana va regresando poco a poco a la casilla de la salida de antes del procés. Para muestra la entrevista de este martes por parte de Gemma Nierga al exconsejero de Economía Andreu Mas-Colell, en la que este afirmaba que “la palabra independentista ya no tiene mucho sentido”, pues la secesión “no es posible en el actual contexto europeo”. No es la primera vez que el eminente profesor dice algo parecido, pero nunca hasta ahora había sido tan claro al definir ese propósito como un sinsentido. Lo sorprendente es que eso mismo no lo viese mucho antes, en 2012 o 2015, y no desaconsejase públicamente emprender tal aventura. El coste económico ha sido mayúsculo, y el goteo de empresas que abandonan Cataluña aún no cesa, aunque ahora las razones no sean políticas, sino fiscales. En cualquier caso, una década perdida, cuya responsabilidad también recae en Mas-Colell y otros muchos intelectuales políticos nacionalistas que se sumaron al procés con la esperanza de que, tal vez no la independencia, pero sí algo sustancioso para los que reparten el pastel de la Generalitat les caería.
Otra señal de regreso a la casilla de salida es el editorial de La Vanguardia del pasado lunes, titulado “Eterno déficit fiscal de Cataluña”, de nuevo con la referencia a los estados federales (länders) ricos alemanes, que supuestamente soportan un déficit menor que nosotros, algo rotundamente falso porque ni en su Constitución ni en ninguna ley existe un límite a la solidaridad interterritorial. El tema lo explicaron perfectamente Josep Borrell y Joan Llorach en un libro de referencia (Los cuentos y las cuentas de la independencia, 2015), y muchos todavía recordarán el vapuleo que “el noi de la Pobla” propinó sobre este asunto a Oriol Junqueras en 8TV. No es un regreso que me complazca, porque como en un lejano 1992 ya escribió Ernest Lluch, en una tribuna precisamente en el diario de los Godó, el debate del déficit fiscal, convertido en “espolio” por los más radicales, es “amonal ideológico”. Alimentar la tesis de un maltrato económico, que Lluch negó siempre, es irresponsable, porque genera una dosis considerable de “mala leche”. Y mezclar como hace La Vanguardia ese hipotético déficit fiscal con la financiación autonómica, que tarde o temprano tendrá que revisarse, es sumar peras con manzanas.
Por otro lado, el juicio a Laura Borràs no solo acabará con una condena por corrupción, que la dejará fuera de la política, sino que franqueará el paso de Junts al pragmatismo, que Mas-Colell también pedía en la citada entrevista (abro paréntesis, el exconsejero patrocina una interesante propuesta de construcción de una pista marina que haría posible la ampliación del aeropuerto de El Prat). La candidatura de Xavier Trias en Barcelona y la entente electoral para las municipales con el PDECat prefigura la reconstrucción de Convergència. Por otro lado, el anunciado regreso a Cataluña de Carles Puigdemont no se producirá, excepto que la justicia belga acceda finalmente a extraditarlo, aunque seguramente antes el expresident huiría a Suiza. Por tanto, el regreso a la casilla de salida en Junts está en marcha, pese a las payasadas de la portavoz en el Congreso, Míriam Nogueras, apartando ayer la bandera española en la rueda de prensa. La novedad a medio plazo es que vamos a tener a dos partidos doctrinalmente independentistas jugando al pragmatismo, con el eje izquierda/derecha como división. Ahora bien, no nos hagamos ilusiones, el regreso a la casilla de salida no es la panacea. Necesitamos que la política catalana deje de estar secuestrada por la agenda y el lenguaje nacionalista, y eso exige una deconstrucción de la cultura del pujolismo, el pilar que sustentó todo lo que vino después.